El proyecto Hombres Nuevos sigue roturando caminos, últimamente conservando y manteniendo un monumento cultural nacional declarado así en 1967. El templo de Sora Sora, una joya colonial, con un retablo deslumbrante, estaba a punto de desaparecer, como ha ocurrido con otras joyas coloniales en el Occidente.
El milagro ha sido posible gracias al buen hacer de María Teresa Aramayo, Franz Vásquez, Lola Choque, a la colaboración generosa del empresario cruceño Adalid Novillo y su esposa Carmen Rosario Claure y a la inspiración del proyecto Hombres Nuevos.
El fuerte de Hombres Nuevos ha sido siempre la educación: más de 100 escuelas construidas, la única Facultad de Teatro en Bolivia con la Universidad Católica, la Escuela y Orquesta Sinfónica de Hombres Nuevos.
El proyecto Hombres Nuevos es consciente de que solo un pueblo culto, una sociedad instruida y sabia, abre horizontes de progreso, bienestar, felicidad y grandeza. Por eso Hombres Nuevos apuesta por la cultura, por la formación de TODO el hombre y de TODAS las mujeres y hombres; porque es el instrumento que crea una Bolivia progresista moderna, democrática, una Bolivia consolidada en las libertades y en el estado de derecho; una Bolivia para todas y todos los bolivianos, en la que todos podemos convivir en armonía y paz, respetando nuestras diferencias y nuestras desigualdades.
El proyecto Hombres Nuevos, en una trayectoria de 31 años, ha verificado y apoyado la Bolivia grande, sana, unida, rectificando la división y fragmentación que crean nuestros políticos, con una visión miope, alicorta y sincopada.
El proyecto Hombres Nuevos hoy es un producto boliviano, que trabaja por reducir las fronteras de la pobreza, que ofrece a las bolivianas y bolivianos ser protagonistas en la nueva Bolivia, integrada por todas y todos los bolivianos, que nos sentimos orgullosos de ser bolivianos.
Me envía este escrito, desde Bolivia, el fundador de Hombres Nuevos, Nicolás Castellanos. Nicolás Castellanos es un fraile agustino leonés, que fue obispo de Palencia entre 1978 y 1991, que se despidió de sus diocesanos para ir como misionero a Bolivia, junto a un nutrido grupo de seglares y de sacerdotes obreros. Fue todo un acontecimiento. Durante su ejercicio episcopal dejó rayas hechas en Palencia por su renovación conciliar, su promoción del laicado, su puesta al día en teología y pastoral -llevó a su diócesis a los mejores teólogos españoles: Queiruga, Castillo, Malagón, Vidal, Velasco, Faus, Legido…-, su madrugadora sinodalidad… Fue ignorado por cuatro de los prelados que le han sucedido en la sede de San Antolín, por no recordar alguna cosa peor, hasta que el actual, otro agustino, ha terminado por rehabilitarle e invitarle varias veces a Palencia, como diocesano que sigue siendo. Pero la sociedad civil ha sido más generosa: Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, 1998. Leonés del año, 1999. Medalla del Mérito Municipal de Santa Cruz de la Sierra, 1999. Premio Valores Humanos de Castilla y León, 2002. Hijo adoptivo de Palencia, 2005. Medalla de Oro al Trabajo del Gobierno de España, 2006, entregada en Bolivia por la vicepresidente del Gobierno. Y candidato, nada menos, que al premio Nobel de la Paz, el año pasado. Autor de seis libros de espiritualidad misionera, en sus recientes memorias, con prólogo de José Bono, Vida, pensamiento e historia de un Obispo del Concilio, podemos enterarnos bien de su vida admirable.
De este obispo misionero ejemplar recibí en Navidad una felicitación cordial e inesperada. Recordarle y refelicitarle de nuevo es un acto de elemental gratitud.