Unas nubes bajas se entretienen en los peñascales vespertinos de San Donato. Unos cúmulos pasan de largo empujados por el cierzo. Las ovejas, insistentes, empecinadas sobre el prado de siega, parecen las mismas de hace miles de años. También el perro echado a los pies.
El pastor, heredero de milenios de pastores, uno de los oficios más viejos del mundo, boina a la cabeza, pañuelo al cuello, jersey y chaqueta de lana, pantalones azul-vasco, calcetines gordos y abarcas, se apoya en el palo-cetro de los reyes pastores primitivos, y en el cayado de las parábolas evangélicas.
Mira a lo lejos, con su vista poblada de cielos, nubes y montes, y se siente rey antiguo y señor soberano sobre un hato de ovejas.
Y buen pastor, que da, minuto a minuto, la vida por su rebaño, aunque ya no bajan los lobos de la sierra de Satrústegui.