(Fácil me es hoy escribir un nuevo poema a la Inmaculada tras haber visto de cabo a rabo la ceremonia cívico-religiosa de la reinauguración de la catedral de Nôtre Dame de París: su esplendor, su rigor, su orden perfecto, su equilibrio entre tradición y novedad, su serenidad, su sentido de la belleza y de la prudencia, a la vez que el elogio común de la trascendencia… Con la nostalgia de tantas visitas a ella, y bajo la mirada de esa encantadora Virgen gótica con el Niño en brazos).
Inmaculada:
por madre
del Purísimo,
hecho carne.
Sin mácula,
pues no hay nada que la manche
en el más limpio
de los lances.
Dichosa
y grande:
por engendrar al Máximo,
Hijo del Padre,
el Infinito,
al que no hay nada que le falte.