El autor de Decálogo del buen ciudadano, Víctor Lapuente, en el último capítulo del mismo, tras recomendarnos en los otros nueve el Dios impersonal y la Patria democrática, ambos trascendentes, nos invita serenamente, para despedirnos, al abrazo de la incertidumbre. Recordándonos en la entradilla el pensamiento de Séneca, uno de los modelos del autor, de que todas las cosas humanas son cortas y perecederas, y que la Tierra no es más que un mero punto del universo.
Huyendo de todo fundamentalismo y de todo nacionalismo, excrescencias de Dios y de la Patria, nuestros objetivos deben ser trascendentales, pero nuestros instrumentos pragmáticos. Buscando la felicidad verdadera mediante una vida virtuosa, y no al revés. Aterrizando los miedos, reconociendo nuestra vulnerabilidad mortal. Aceptar, abrazar la incertidumbre es esencial para las personas y la sociedad. En ella se se fundamentan los dos grandes inventos colectivos de Occidente: el mercado en la economía y la democracia en política. Lo contrario de basarnos en una economía planificada, en un hombre fuerte o en un Estado déspota.
Cuando sufras una adversidad, Dios (la Fortuna o como quieras denominar el flujo inescrutable de nuestras existencias) te está colocando delante un atleta fiero, con quien luchas y te pones mentalmente en forma. Un infortunio, como recordaría Séneca, es un «mero entretenimiento», que te exige y te cansa, pero a la vez te vuelve espiritualmente más fuerte.