Cada evangelio trata de manera diferente el proceso romano de Jesús y ninguno de ellos procede de un testigo directo ocular. Pero hay elementos de tradición cristiana que son comunes a los cuatro evangelios y que tienen diferente valor histórico: dos breves intercambios verbales entre Jesús y Pilato, una escena relativa a Barrabás, y la condena a morir en la cruz.
En una narración menos brillante que la del proceso judío, Marcos pondera la persistente hostilidad de los jefes de los sacerdotes y la inocencia política de Jesús, mientras Pilato aparece como un indigno representante de la justicia romana. Mucho más extensa que la anterior, Mateo añade a su narración la dramática desesperación de Judas, el sueño de la mujer del Gobernador romano y el debate de éste con «todo el pueblo» judío. Lucas reproduce el texto básico del primer evangelista e introduce la escena del envío de Jesus al tetrarca Herodes, el juicio de éste y las declaraciones de Pilato sobre la inocencia del acusado galileo. Es evidente la influencia en este relato del proceso de Pablo de Tarso, narrado también por Lucas en el posterior libro de los Hechos ( 2, 22-26), exponiendo el ejemplo del Maestro ante los cristianos de su tiempo, que tienen que enfrentarse a las primeras persecuciones y procesos.
Siete episodios reconocen los exégetas en el complejo relato de Juan, con Pilato de protagonista en todos ellos, menos en la secuencia de la flagelación, tormento que solía ir adjunto a la crucifixión. Y con tales episodios compone el desconocido cuarto evangelista la obra maestra del drama cristiano primitivo: la confrontación entre lo humano y lo divino en el plan de Dios salvador del mundo.