Jesús en Getsemaní (I)

 

         La escena de la oración de Jesús en el huerto de Getsemaní, pocas horas antes de su muerte, ocupa un lugar especial en la piedad cristiana. Pero para los admiradores fervorosos de Sócrates, interpretado por su discípulo Platón, les parecerá, comparada con la del modelo, poco heroica. Podríamos decirles que para un judío del tiempo de Jesús de Nazaret, la vida era un valor mucho más consistente que para un socrático griego, para quien el mundo era un lugar de sombras, cueva sin luz… Pero entonces podrían salirnos al paso muchos judíos, que nos recordarían, frente al Maestro galileo, turbado por la cercanía de la muerte, cercado por la tristeza y la angustia, el «noble ejemplo» de los hermanos Macabeos, que con sus padres van impávidos y resueltos a morir por su Dios. Ya el erudito pagano Celso, a finales del siglo II, no entendía, con su nudo racionalismo, ni la actitud del Maestro ni la de sus discípulos.

La cosa no es tan simple- Los primeros cristianos guardaban la tradición de que Jesús, antes de morir, se dirigió y oró a Dios oponiéndose a su suerte. Relacionaban esta plegaria piadosa con las imágenes de la hora y de la copa (destino), que Jesús había empleado para describir su misión según el plan de su Padre Dios. Esos mismos cristianos desarrollaron esa tradición a la luz de los salmos hebreos, que ellos asociaban al modo de orar del Maestro de Nazaret. Cada evangelista, y la tradición de la comunidad que le precedió, conoció distintas versiones del relato. La llegada de la hora y la mención de la copa, propias de Marcos y de Juan, son un eco del salmo 42, 6-7: lamento del levita desterrado (¿Por qué desfallezco ahora / y me siento tan azorado? / Espero en Dios, aún lo alabaré ¡Salvación de mi rostro, Dios mío!), y la plegaria de Getsemaní fue asimilada a las típicas formas de oración de Jesús, como la del Padre Nuestro:

Padrecito mío (Abba)… hágase tu voluntad…  sea glorificado tu nombre… no me lleves a la prueba...

La conversación con los discípulos no aparece ni en Juan ni en la Carta a los Hebreos (5, 7-10), uno de los lugares del Nuevo Testamento más cercano a la oración de Getsemaní. Las palabras de Jesús dirigidas a ellos recuerdan la parábola de los criados, que no deben ser sorprendidos por la llegada del amo (Mc 13, 34-37) y parecen pertenecer al estrato más antiguo del relato marcano.

Tanto el profeta Jeremías como el segundo Isaías y los salmos que tienen que ver con el Justo doliente, junto con el trágico final de muchos profetas, habían enseñado a Jesús, a sus discípulos y a los primeros cristianos a entender mejor que  la venida del reino de Dios llevaba aparejada una acerba lucha contra todas las fuerzas del mal (y de la muerte). Y tal realidad no podía estar ausente de la oración de Jesús con Dios en los días más amargos y amenazadores para él en Jerusalén. Al primer evangelista Marcos le tocó escenificarlo de la manera más dramática y pedagógica posible.