He terminado de leer uno de los libros que comencé a leer en la pasada Semana Santa, Judas, del famoso escritor israelí Amos Oz (1939), galardonado con el premio Príncipe de Asturias de las Letras, entre otros. Estupenda novela, de ésas que podríamos llamar semihistóricas, donde, además de una trama sugestiva, en este caso erótico-amorosa, se cruza la realidad política y militar, a menudo trágica, del Israel de los últimos cuarenta, sobre todo en la figura polémica del sefardita Joaquín Abravanel, y la histórico-religiosa a través de la historia de los libros judíos sobre Jesús de Nazaret y una nueva interpretación de la figura de Judas Iscariote. Judas aparece aquí, en la interpretación del protagonista Shmuel y de algunos de sus profesores, como el discípulo predilecto de Jesús, el que más a pechos tomó su doctrina, el que impulsó con su autoridad su viaje a Jerusalén y propició su captura y muerte esperando el milagro de su adopción pública por Dios como Mesías liberándole de la muerte. Consecuente con todo ello, su decepción habría sido desesperada y le habría llevado a poner fin a su vida. El capítulo que narra los soliloquios del «traidor» y los preparativos de su ahorcamiento es magistral. Magistrales son en general las descripciones a través de toda la novela. Novela, que uno lee y relee, y en la que ve y oye, piensa, dialoga, discute, aprende y se conmueve de continuo.