En el Museo de las Bellas Artes, de Bilbao, con igual título que el de Bruselas, la obra invitada, con el patrocinio del banco de Santander, era ayer L´appel (la llamada, el llamamiento), de Paul Delvaux ( Lieja, 1897 – Veurne, 1994), aquel pintor surrealista, contemporáneo de su paisano Magritte y admirador confeso de De Chirico, cuyos cuadros me gustaban tanto en el entrañable museo de la capital belga, donde me pasé muchas horas muertas, es decir, vivísimas. Aquel pintor de escenarios enigmáticos, lugares remotos, paisajes desolados, sin tiempo y casi sin espcio, habitados por esqueletos humanos -aquellos que el artista, de niño, vio en el laboratorio de su instituto-, de mujeres desnudas y hieráticas, personajes teatralles y fantasmales… En este mismo cuadro que podemos ver y admirar en el museo bilbaíno ¿A quién llama esa Eva desnuda, de espaldas, nalgas y piernas sólidas? ¿Al escenario urbanístico del fondo, grecolatino, bajo unos montes nevados que representsn el Olimpo? ¿O a esas mujeres desnudas que parecen desfilar por una calle cercana? ¿Qué hace esa mujer, desnuda también, sentada sobre el césped? ¿Y qué interpeta el inevitable esqueleto en medio de la calle, otro personaje principal del drama o de la comedia? ¿Y a dónde se dirige esa mujer-maniquí, toda de negro, con cintura de avispa, que se acerca decidida, cubierta por ese sombrero rojo en forma de planta o flor exótica? Y sobre todo, ¿qué es, qué representa esa hermosa Eva semivestida – semidesnuda, pensastiva o distraída, mujer flamenca del Renacimiento, con sus fontanales pechos robustos, cubierta en su parte inferior por ese manto azul de santa Madona? Pues… eso es lo que quería el artista belga que nos preguntáramos sobre lo que el inconsciente le ofrecía. El tampoco lo sabía, probablemente.