Veo marchar a nuestros soldados españoles al Chad, para proteger sobre todo la zona de los refugiados procedentes del territorio martirizado de Darfur, una de las partes del mundo más abandonado en los últimos tiempos por la ONU. Y releo uno de los testimonios morales más claros en favor de esta protección internacional en el espléndido discurso del papa Benedicto XVI en la sede de esa organización internacional, el pasado 18 de abril: “Todo Estado tiene el deber primario de proteger a la propia población de violaciones graves y continuas de los derechos humanos como también de las crisis humanitarias, ya sean provocadas por la naturaleza o por el hombre. Si los Estados no son capaces de garantizar esta protección, las comunidad internacional ha de intervenir con los medios jurídicos previstos por la Carta de las Naciones Unidas y por otros instrumentos internacionales. La acción de la comunidad internacional y sus instituciones, dando por sentado el respeto de los principios que están en la base del orden internacional, no tiene por qué ser interpretada nunca como una imposición injustificada y una limitación de soberanía. Al contrario, es la indiferencia o la falta de intervención lo que causa un daño real”.- Cuántas guerras atroces, cuántas guerrillas interminables, cuántas matanzas de dictadores respetados o poderosos, y hasta cuántas intervenciones unilaterales y erróneas se habrían evitado en este último medio siglo sin esa indiferencia y falta de intervención común internacional.