Ya no decimos la boda del siglo, sino sólo la boda del año. Debe de ser por la crisis y los 4. 910. 200 parados. Pues bien, ayer intenté seguir un rato la boda de Catalina y Guillermo en alguna cadena española, y ví que todas ellas hablaban sólo, aun en los momentos más solemnes, del traje de la novia. Y dale que le das. De vez en cuando, en medio de silencios engorrosos, decían un disparate. Por ejemplo, que la primera lectura era la lectura de los romanos (¿una de romanos?), cuando en verdad, la lectura era de la carta de san Pablo a los romanos. Antes, nadie nos dijo de qué … himno se trataba: un comentarista corregía a otro diciendo que no era himno, sino salmo, pero sin decirnos cuál, y mucho menos la letra. Cuando por fin encontré una cadena que recogiera esa lectura vi que, para mi asombro, el título que aparecía en la pantalla anunciaba que con la intervención del hermano de la novia, estupendo recitador por cierto, comenzaban los discursos de la ceremonia. Así que no quise más discursos, ignorancias supinas y disparates, y cerré la desdichada televisión española. Eso sí, me pregunté si podía imaginarme una ceremonia así en España, en la que reyes, príncipes, gobierno en pleno, altos cargos de la administración, banqueros, artistas, profesionales, deportistas… cantaran todos, con un folleto en la mano, salmos e himnos. No pude imaginarlo. De donde colegí que, siendo tantos los inconvenientes de una Iglesia nacional -los máximos en mi opinión-, alguna ventaja sí que tiene.