La bravura de Islandia

Leo en la revista ES un reportaje sobre Islandia que me sorprende y conmueve. Sobre el doble referéndum, con  tres  cuartos de participación, en un pueblo que se niega a pagar los 45.000 euros que tocaba pagar a cada famiia islandesa por la quiebra del banco Icesave, que había captado los ahorros de casi medio millón de extranjeros. Bien asesorados, y con el apoyo de algunas autoridades propias y ajenas, no se sintieron obligados, ni moral ni legalmente, a pagar una deuda gigantesca que hipotecaría a varias generaciones. Ni a ser utilizados como una póliza de seguros por los bancos. Eso hicieron también los ingleses después de la segunda guerra mundial. Aunque algunos islandeses reconozacan  su parte de responsabilidad, porque vivían a todo trapo y se habían vuelto avariciosos. ¿Una revolución?  Pero de otro tipo. El hombre clave en esta historia es el  veterano presidente socialdemócrata de la República Ólafur Ragnar Grimsson, que retó a su propio Gobierno y se negó a firmar la ley que obligaba a los islandeses a pagar con sus impuestos los 400 millones de euros de la deuda del Icesave, la mitad del PIB del país. Por vez primera  estuvo en peligro la cohesión de una pequeña nación unida. Hubo manifestaciones y tumultos en Islandia. Dimitió el Gobiernio y dimitió la dirección del Banco Central. Pero ahora está saliendo el país de la crisis, aunque el paro es alto y alta la pérdida de ingresos.  La gente ha vuelto a la verdadera economía real: pesca, turismo, agua dulce, cría de caballos, tecnología, energía geotermal… Muchos talentos que antes estaban al servicio de la Banca ahora tabajan para empresas tecnológicas. La corona se ha devaluado y la exportación es más competitiva: el hegemónico sector pesquero, la industria del aluminio, el agua embotellada… Cuando al veterano presidente, hijo de un barbero y desde 1995 en el cargo, le preguntan si es un rebelde, él contesta lacónico: No actúo por rebeldía, sino por honestidad.