Reproduzco con entusiasmo el poema (¿en prosa?) de nuestro poeta de Lesaka, Francisco Javier Irazoqui, extraído de su reciente antología poética, 1976-2020, Palabra de árbol, obra cumbre de uno de los escritores navarros y españoles más puros y sustanciales -si no me quedo corto-, que nos dan luz y nos nutren los días de nuestra vida:
Desde la vivienda primero se veía el miedo y después el color verde del paisaje.
Ahora digo:
Defenderé la casa de mi padre contra la pureza y sus banderas ensangrentadas.
Para defenderla, regalaré cada una de sus piedras, ventanas y puertas. Las recibirán quienes no piensan como yo.
Los nuevos habitantes airearán los solivos y escaleras; alzarán el vuelo bajo de nuestros espíritus.
Defenderé la casa de mi pade abriendo una brecha en el tejado; allí gotearán los idiomas y músicas venidos de tierras desconocidas y remotas.
En la defensa de la casa vaciaré el orgullo con que dibujamos una frontera de árgomas mojadas.
Descompuestas las palabras, ningún adversario vivirá ovillado en el nombre de un animal.
Solo veremos un clavo enfermo en el sitio donde estuvieron las frases de quien justificó el crimen político. El silencio ha desnudado a los que callaron ochocientas veintinueve veces.
Sin embargo, el poeta Gabriel Aresti se recostará aliviado en la nobleza de los lobos.
Ofrecida la casa, impediremos que en el espacio de su ausencia y memoria los hombres sean extranjeros.