… , como todas las catástrofes -tsunamis, inundaciones, terremotos, huracanes, incendios…- ponen a prueba, a cada paso, no sólo la fe en un Dios tradicional, bueno y bondadoso, generoso y providente, sino también la fe en las leyes de la Naturaleza, de la que tantos elogios leemos y oímos a cada paso, Diosa de una muy extendida religión secular. No sé cuál es la vivencia en estos casos de los ateos que no creen en dioses ni en diosas, ni cultivan religión alguna. Supongo que la constatación amarga del mal en este mundo -aparte incluso del mal ocasionado por la libertad del hombre-, regido por unas leyes implacables y a veces imprevisibles. A los que creemos en un Dios que respeta esas leyes naturales que Él mismo puso en acción, sólo nos queda la esperanza de un justicia ullterior, que compense y redima la injusticia inmensa, que ha sido, es y será la vida del hombre finito (limitado por esencia) en este mundo, limitado por esencia igualmente.