Tenía 71 años Emmanuel Kant (1724-1804), tal vez el más grande filósofo de la modernidad, cuando publicó su tratado Zum ewigen Friede (Sobre la paz eterna), que seguía la estela del abbé francés, a quien conocía bien. A los ojos de la razón –escribía– no hay para los Estados que mantienen relaciones recíprocas otro medio de salir de la ausencia de la legalidad, fuente de guerras declaradas, que renunciar como los individuos a su libertad salvaje (anárquica) para acomodarse a la coacción pública de las leyes y formar así un Estado de naciones (civitas gentium) que, creciendo sin cesar libremente, se extendería por fin a todos los pueblos de la tierra.