Después de Semana Santa, en la que, como cada año, la Pasión según san Mateo (Mathäeus Passion), de Bach, es mi música predilecta, en este tiempo de Pascua vuelvo a gustar, un trocito cada día, el oratorio de La Creación (Die Schöpfung), de Haydn, que en su día me causó una soberana conmoción, cuando lo aprendí casi de memoria. Nada me parece que sea más adecuado a este tiempo de resurreción y vida que el gran prodigio, del que vivimos todos, que fue y sigue siendo la creación del mundo. Basada la obra en el poema del autor inglés Lindley, que se inspiró a su vez en la Biblia y en El Paraíso perdido, de Milton, el éxito la acompañó siempre desde su estreno en 1799 hasta hoy. Tres arcángeles, Gabriel, Rafael y Uriel van narrando los días de la creación, acompañados del coro, pero lo que en verdad se canta de continuo es la gloria y el poder del Creador. Es asombrosa la riqueza de contrastes y la conjunción de elementos puramente descriptivos con la honda expresión de sentimientos profundamente religiosos para con Dios (fascinación y adoración) y la fraternal comunidad universal. La buena literatura del texto no es la última explicación de la calidad del oratorio. El oyente se siente arrebatado por lo que puede llamarse el big-bang de la luz primera pasando por la aparición del sol, las estrellas, el mar, las plantas, los animales, el hombre… Y se suma con júbilo al coro de los ángeles que contemplan la maravilla y alaban al Creador: Mit Staunen sieht das Wunderwerk / der Himmelbürger frohe Schar / und laut ertönt aus ihren Kehlen / des Schöpfers Lob, das Lob des zweiten Tags…