La estancia en el desierto
(Deut. 6-8; Mc 1, 12-13; Mt 4, 1-11; Lc 4, 1-11)
En el desierto estuvo Jesús con Juan,
y al desierto le empujó el Espíritu, según los tres primeros evangelistas.
Todos los piadosos israelitas sabían bien
el mayor de los mandamientos:
Yahvé es el único Dios: Amarás a Yahvér tu Dios
con todo el corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.
Con todos tus deseos interiores,
con toda tu vida hasta el martirio,
y con todos tus bienes.
El diablo, acusador, encarnación del mal,
tentó tambén a Jesús en Nazaret, en el Jordán y en el desierto,
cuando tomó la valiente decisión de dejar su vida tranquila
y salir por las calles y los pueblos predicando el reino de Dios.
La Iglesia primitiva lo describe como un juego astuto del diablo,
que trae y lleva a Jesús como a un dominguillo,
usando en vano la Palabra de Dios para tentarle.
La primera tentación recuerda aquella del desierto,
donde el pueblo de Israel, con hambre y con penurias,
dudó de Dios y Dios le envió el maná,
pues no solo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca de Yahvé.
Sobre el vértigo vibrante del alero del templo de la ciudad santa
prometía el tentador las manos seguras de los ángeles
de un falso Dios manipulado, tentando así a Yahvé
protector constante de su pueblo en la larga travesía de los siglos.
Los reinos todos del mundo y su gloria, vistos desde un monte altísimo,
podrían ser suficientes para olvidar a Aquel
que da la fuerza para crear riqueza,
postrándose ante un dios extraño: el mismo diablo del odio y la mentira.
Toda tentación relevante es contra el amor de Dios,
contra la lealtad a Dios, en busca de otros dioses,
pecado máximo en la historia de Israel.
Jesús decide por eso no predicar un falso Dios milagrero:
para convertir las piedras en pan;
ni tirarse retador, como un loco acróbata, al vacío;
ni adorar al diablo del poder y la injusta posesión,
adorándole como a un Dios genuino.
No quiere ser un Mesías interesado y egoísta,
ni un Mesías triunfal y glorioso que baja desde el cielo,
ni un Mesías dominante sobre todos los señores de la Tierra.
Y Jesús decidió adorar y servir al único Dios
su solo Señor,
y a Él solo darle culto.