La demagogia que lleva a la xenofobia

 

         La política migratoria de la Unión Europea es caótica o así lo parece. Y merece por tanto cualquier crítica, cualquier protesta y, por supuesto, cualquier declaración o manifestación, que sea justa y adecuada. Pero, si al final de una de esas manifestaciones, tambien caóticas, en las que se pide la apertura completa de fronteras, la vía libre a todos los que quieren venir, y  donde se escuchan los más pintorecos insultos a toda restricción inmigratoria, se les exigiera a  cada uno de los manifestantes la acogida de un inmigrante en su casa durante seis meses, se adelgazaría mucho la próxima manifestación del género Porque tamaña y aparente filantropía para con los inmigrantes -que poco tiene que ver con la misericordia verdadera- merece bien el nombre de demagogia. Es una de esas viejas virtudes cristianas que, según Chesterton, se ha vuelto loca; sirve bien para presumir de ella, contra toda genuina humildad; para curar los complejos de quiero y no puedo o de querría y no quiero; para hacer bandera política partidista, y atizar al poder, sobre todo cuando su orientaión política no coincide con la del ex virtuoso demagogo. Y lo peor de todo es que esa exigencia demagógica al Gobierno, al partido del Gobierno, a la Comisión Europea, a la Unión Europea, para que abran sus compuertas y lleguen  a nuestas playas toda África o todo Oriente Medio, produce automáticamente la mejor cosecha de xenofobia en la mayoría del pueblo, como estamos viendo cada día en toda Europa. Anteayer mismo, un 70% de los participantes en la encuesta diaria de Onda Cero aprobaban sin remilgos la decisión de la Comiisión Europea de pedir a los Gobiernos de la Unión que se deshagan de un millón de inmigrantes sin papeles a fin de poder atender a  los verdaderos  demandantes de asilo. Y ojalá todo quedara en eso. Demagogos progresistas y xenófobos extremos se juntan, pues, y, juntos, nos darán muchos disgustos en los años venideros.