Uno de los momentos más acertados de Rajoy en la maratón de ayer fue llamar la atención sobre la diferencia de la política española con la europea, sobre las cercanías o las distancias entre partidos. Desde mis primeras experiencias politicas en la Italia de los años cincuenta, siempre me ha sorprendido la ferocidad, fuera de algunos tiempos de la Transición, no todos, entre la izquierda y la derecha, entre los socialistas y los populares, entre unos y otros. Claro que era mal dia, el peor, para recordárselo el PSOE, avezado a ver siempre en el PP el enemigo esencial, y ahora obligado en este momento a abstenerse, ante él, lo que ha sido predicado por muchos como una rendición.. Pero la médula de la cuestión no es lo que dijo ayer el portavoz de PODEMOS. La democracia no consiste en hacernos diferentes, sino, en todo caso, en respetarnos como somos, parecidos, distintos, iguales o contrarios. Porque la democracia, esa democracia machaconamente proclamada, no hace a la gente diferente, ni la prefiere diferente, y menos agresiva, enconada, beligerante. Antes bien, la democracia liberal tiene como fin principal la humanización de la sociedad, de los pueblos, de las naciones, de todos los habitantes de la Tierra. Y la humanización no es lo mismo que la diferencia, aunque todos seamos diferentes. Pero no solo diferentes.