La desfachatez

La peculiar y habitual desfachatez (descaro) de los políticos, propia de su oficio escénico de representación, es a veces la única nota con que se puede calificar una concreta actuación de los mismos. No  encuentro otra mejor para resumir las últimas actuaciones del señor Ibarretxe, empeñado, al decir de la sentencia de Tribunal Constitucional, en presuponer «la existencia de un sujeto, el Pueblo Vasco, titular de un derecho a decidir, susceptible de ser ejercitado, equivalente al titular de la soberanía, el Pueblo Español…». Él lo sabe de sobra. Tan bien lo sabe, que por esa misma Constitución española, que él olvida y de hecho niega, es presidente de la Comunidad Autónoma (y no más) que preside. Lo sabe pero no quiere reconocerlo. Y actúa como si fuese ese presidente de ese Estado soñado que no existe, y todo lo demás no es más que efecto de esa ensoñación-error-empecinamiento-fanatismo. Y de todo eso quiere contagiar a su pueblo con una cotidiana prédica demagógica, que ni el PSOE ni el PP son capaces de rebatir ni de explicar a la gente corriente y moliente, si no es con insultos, imprecaciones o abstracciones: ilegalidad, división, inconstitucionalidad, enfrentamiento…, lo que no llega a la elemental sensibilidad de un solo oyente o lector. La desfachatez ha continuado tras la sentencia en una declaración demagógica y grosera del Gobierno vasco, tachando el fallo de atropello democrático y acusando al Tribunal de falta de independencia, de politización y de dependencia de quienes le designaron… ¡el mismo día en que el  PNV presentaba en el Congreso para miembro del próximo Consejo General del Poder Judicial a una política peneuvista de toda la vida, Margarita Uría, que sólo hace un año no salió elegida en las elecciones generales, y a la que cubría de toda clase de elogios (menos el de independencia)! Y cuando acabamos de saber que en Euskadi el PNV va a repartirse con el PSE los dos candidatos que toca proponer a la Comunidad Autónoma Vasca para la renovación próxima del Tribunal Constitucional. ¿Para qué entretenermos, pues, con otros calificativos y perder el tiempo en salvas?