La emancipación-revelación

Los obreros más conscientes y responsables siempre esperaron el triunfo más o menos inmediato de su causa, porque la Historia y el Progreso, es decir, la ley del Progreso histórico, estaba con ellos. El mito del Progreso, el mayor mito de la historia, unido esta vez a la esperanza cristiana en el Reino de Dios. Los anarquistas, más cercanos al cristianismo nuclear, por no haber pasado por el rodillo ateo del marxismo, y a pesar del ateísmo virulento de sus fundadores o inspiradores, desde Bakunin a la Montseny,  fueron los que con mayor fervor esperaron, o, mejor, fueron a su encuentro: el nuevo mundo del comunismo libertario, la liberación total de las miserias de este viejo eón, corrompido por el capitalismo y por los poderes políticos que le sirven. Una aurora roja (titulo barojiano), una iluminación global, un deslumbramiento único. Un verdadero apocalipsis-revelación del hombre nuevo. La huelga general, prólogo de esa primera liberación, era el fruto de la rebelión e insurrección de los mejores, de los verdaderos héroes de la clase obrera, capaces de gestas heroicas y dispuestos al martirio, al martirio-testimonio. Por eso, en el penúltimo momento del anarquismo español nació la FAI (1927), la organización específica de los mejores, no de los arrancados de la masa, sino de los llamados a levadurizar, a encender, a exaltar esa masa desde dentro de ella, sin dejarse distraer, y menos corromper, por la cotidiana práctica burguesa de las relaciones sociales, de la politica impuesta, del mercadeo sindical de cada día. No importa  que la insurrección, que la revolución fracase una y otra vez, porque el fracaso, la prisión, la muerte engendran a su vez la admiración, la solidaridad, el entusiasmo, la imitación de los mejores, de los puros, de los audaces, de los nuevos mártires. Hasta el día del «juicio final», del premio de la «lucha final», de la revelación definitiva.