«¿Dónde está el Rey de los
judíos, que ha nacido? Vimos su estrella
en el Oriente (o en su salida) y hemos venido
a adorarle» (Luc 2, 2).
*
Dios acampó en favor de todos los hombres
y su estrella se eleva sobre todos los pueblos.
A todas las naciones les llegó la luz de la noticia
y todos los que miran y esperan pueden divisarla:
los sabios, los inquietos, los pobres, los humildes;
los enfermos tenidos por sucios pecadores;
los ciegos y los sordos excluidos del templo;
los impuros por las leyes impuras de los puros;
los inmundos leprosos, pobladores de caminos,
arrojados de aldeas y ciudades como perros rabiosos.
Y también los gentiles, cercanos y lejanos,
que adoran a mil dioses,
a los astros del cielo, animales del campo
o invisibles espíritus.
Tras los Magos de Oriente van llegando hasta el Niño
los pobres, los humildes, los enfermos,
los impuros, los gentiles
de todos los rincones de la Tierra.
Y la estrella más alta ilumina sus ojos caminantes.
La estrella de la fe
salvadora de sus vidas.