Lo denuncia la organización Human Rigths Watch (Centinela de los Derechos Huamnos), la activa ONG, en su denso informe anual de 2007, pero es cosa bien sabida y padecida en todo el mundo: las democracias tradicionales, incluida la Unión Europea y los Estados Unidos de América, socavan el avance de los derechos humanos en el mundo al aceptar, por conveniencias políticas, como democráticos a gobiernos autoritarios, dictatoriales y hasta sanguinarios en ocasiones. Con frecuencia para aquellos Estados de democracia consolidada les es suficiente la mera celebración de elecciones para calificar de democrático, a efectos prácticos, un país cualquiera. Pero elecciones, sin más, suelen celebrar casi todos. Algunos Estados que las celebraron recientemente impidieron la presencia de candidatos opositores: Cuba, Egipto, Irán, Bielorrusia, Palestina, Libia, Turkmenistán o Uganda. En otros, con frágiles y hasta simbólicas oposiciones, el fraude institucionalizado fue norma general: Kenia, Chad, Jordania. Kazajistán, Nigeria, Uzbekistán, Azerbaián, Bahrein, Malasia, Tailandia o Zimbabue. Algunos de ellos se llaman demócratas a todas horas y de todas las maneras posibles. No sólo Rusia o Pakistán, citados expresamente en el informe. En el último congreso del partido comunista chino, el presidente de la República del inmenso país, Hu Jintao, invocó la palabra democracia 60 veces en su discurso inaugural. Y es que los intereses de las democracias occidentales en los campos de la energía, del comercio, del antiterrorismo, etc. suelen prevalecer por encima de los derechos pisoteados de las poblaciones indefensas y por encima de los deberes de los dictadores amigos y benefactores. Y así, las grandes reservas de petróleo y gas que se encuentran en Kazajistán, por las que compiten la Unión Europea y Rusia, han sido la causa de que aquél Estado, una verdadera dictadura, se haya ganado para el año 2010 la presidencia nada menos que de la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa). Las elecciones, y menos las tramposas, no bastan. La prensa libre, los derechos fundamentales de asociación y reunión, y sobre todo una sociedad civil, capaz de poder enfrentarse al poder, son imprescindibles para merecer la etiqueta democrática, que ahora, y con la interesada licencia de casi todos, luce sobre sus solapas cualquier Estado dictatorial que pueda interesar a los intereseses de los Estados democráticos occidentales.