A partir de la mitad del siglo XI hasta el Renacimiento, hay pocos textos sobre Europa. La de Carlomagno era un imperio sacerdotal. Desde la disputa de las investiduras, volverá a ser una entidad geográfica. Imperio y Papado se disputan la primacía y apelan a la idea de la Cristiandad, que les une para luchar contra el enemigo exterior, el Islam, y la idea se hace más frágily vulnerable tras la separación de Bizancio. La cruzada, la paz, la unión… Todos hablan de eso, sobre todo cuando aparece otro enemigo interior, en forma de nación, que les desafía: la Francia de Felipe el Hermoso. El Dante defiende el Imperio que defienda la paz universal. El abogado normando Pierre Du Bois, que ha servido a Felipe y sirve luego a Eduardo I de Inglaterra, cuando ve al papa Clemente V en Poitiers en manos de su rey francés, propone a éste hacerse elegir emperador, ponerse a la cabeza de la Cristiandad y marchar sobre Jerusalén. Una confederación de príncipes cristianos, independientes en lo temporal, sería la mejor manera de conseguir la paz entre las naciones, con el arbitraje del papa y del Concilio, despojado aquél del poder temporal. ¡Intentos de hacer compatible el gobierno universal con la aparición de los Estdos europeos, que buscarán ante todo el poder de su nación (nacionalismo incipiente)! Mientras tanto, otro gran poeta, el Petrarca, contempla Europa desgarrada por las primeras soberanías absolutas: Trasládate ahora en espíritu más lejos: toda Galia, límite extremo de nuestro continente, y Gran Bretaña, proyectada fuera del continente, están debilitadas frecuentemene por guerras desastrosas. Germania no menos que Italia sufre luchas intestinas y arde en su propio fuego. Los reyes de España toman las armas unos contra otros (…) En otras regiones de Europa Cristo es desconocido o mal visto. (…) El lugar del nacimiento y hasta el sepulcro mismo del Señor, doble puerta de la paz para los cristianos, son pisoteados por los perros y aquéllos que van allí no enuentran acceso libre ni seguro.