Admirado por la muerte santa de un santo misionero, coperante y filántropo español en la India, Vicente Ferrer, a quien ahora llaman sólo filántropo, e indignado por el asesinato por ETA del inspector de policía, Eduardo Puelles, en Arrigorriaga, con el triste retorno a los lugares comunes en casi todos los comunicados, me pongo a escuchar y contemplar intensamente el Adagio assai de la sinfonía número 3 de Beethoven, y me dejo llevar por los violines, el óboe, los contrabajos, los timbales, las trompetas de la marcha fúnebre, que nunca nos decepcionan, y me acercan al cielo de Dios donde están estos dos hombres que hoy veneramos. Me quedo suspenso en la súplica final de los violines, en el motivo consolador de la cuerda y en el tema de la marcha que retoma el óboe. La trompa lanza una nota sombría, pero pronto me inmerjo en la recuperación final.