La hospitalidad en la tradición benedictina (I)

 

                        Al comienzo de la vida monástica, en un entorno desértico hostil, los monjes nunca dudaron en ser hospitalarios. En tiempos de San Benito la cosa no era tan cómoda: la distinción de  clase era muy grande, y los huéspedes muy diferentes. Pero todos sabían que, si Cristo los visitaba, estaría entre los pobres . De modo que el ideal seguía en pie: tratad a todos como si fueran Cristo.

Hoy en día los grandes enemigos de una hospitalidad universal como esa son el estar siempre ocupados, el miedo y el profesionalismo.

No tener tiempo (para otros) significa muchas veces, a veces casi siempre, una vida muy particular, cerrada al exterior, egoísta, reconcentrada en uno mismo y ajena sobre todo a las necesidades de los otros, que suelen ser los demás.

El miedo a la violencia y a la intrusión es natural, y más en ciertos lugares y tiempos, donde toda cautela es poca, pero a menudo el miedo es todo lo contrario a la apertura y generosidad para con los que necesitan la normal coexistencia y convivencia.

El profesionalismo, que indica un alto grado de civilización en el mundo de los servicios sociales y de la salud pública, no puede ser una cerrazón obligada ante todo desconocido, forastero o extranjero.

La hospitalidad, ejemplar también en no pocos casos dentro de nuestro mundo actual, sigue siendo una virtud, un arte y una escuela de vida. De buenas personas y de almas grandes.