He vuelto a Valle-Inclán. He dicho alguna vez que quien no haya leído a Quevedo y a Valle-Inclán, por mucho que haya leído de otros autores, ha perdido el tiempo. Exagero quizás, pero ya se entiende lo que digo. Estos días me toca La lampara maravillosa, único libro suyo difícil de leer y de entender: la gnosis, el éxtasis, la exégesis trina, las rosas estéticas… De vez en cuando pienso entender algo sobre la poesía, la contemplación, el amor…
Por ejemplo, este bello fragmento:
Para amar las cosas hay que sentirlas imbuidas de misterio y contemplarlas hasta ver surgir en ellas el enigma oscuro de su eternidad. Solamente cuando nuestra conciencia deduce un goce ajeno a toda razón de utilidad temporal, comenzamos a entrever el significado místico de la onda , del cristal, de la estrella. Contemplación, meditación, edificación, son caminos de luz por donde el alma huye de su cárcel.