Me llega la noticia, por razones ajenas a la voluntad de todos, con cinco días de retraso. Se llamaba Abundio Chato y ya ese nombre y apellidos tan singulares, y siempre mal pronunciados por los franceses, le hacían cercano y hasta festivo. Lo cierto es que para los cientos, para los miles de españoles que fuimos pasando por Estrasburgo en los años ochenta y noventa Abundio fue una referencia, una acogida, un compañero y un amigo. Tras sus estudios de filología francesa, aquel joven sacerdote humanista e inquieto de Paredes de Nava ganó a pulso la dirección de prensa y comunicación de la embajada de España ante el Consejo de Europa en Estrasburgo, esa ciudad franco-alemana, europea por excelencia, ciudad de la luz, el agua, el derecho y la paz. Y en el servicio a la comunicación, a la paz, a la hermandad europeas y universales, con su gran corazón cristiano, que se le estropeó un día allí y ahora aqui definitivamente, consumió toda su vida este hombre admirable, dechado de amistad y de generosidad. Desde presidentes de Gobierno, ministros, embajadores, diputados y senadores, hasta el último mono, como se dice vulgarmente, le debemos cientos, miles, cientos de horas de entrega y dedicación. Y no todo fueron siempre simpatías y agasajos. La indiferencia, la ingratitud, el egoísmo y el desprecio, tan habituales en la clase política, le hirieron profundamente en el curso de sus días. Terminó antes de tiempo, muy decepcionado de quien le debía más. Después, como si fuera una continuación de su vida mundana anterior, en los últimos años sirvió cristianamente a los enfermos del popular hospital madrileño de San Rafael hasta su muerte. En la tierra y en el cielo muchos nos sentimos hoy más unidos a él que nunca. Esta mañana de octubre, con ese sol frio que enrojece de belleza los pámpanos, los arces y las hayas, me evoca aquellas mañanas felices en que recorríamos, alegres y europeos, siempre en su coche trotero, la ruta del vino de Alsacia,y le dedico corazonmente mi homenaje total en nombre de los miles de españoles y europeos que, a veces sin saberlo, le deben su conocimiento directo de Estrasburgo, su emoción-convicción europea, y una experiencia humanísima de encuentro fraternal en uno de los centros mundiales del mejor futuro. Dieu avec toi.