La situó el novelista Stephen King
en un pueblo del estado de Main,
en la profunda América del Norte,
convertido después en todo el mundo
por el arte cinética de Frank Darabont.
Era una niebla nunca antes vista:
espesa, envolvente, adhesiva, constrictora,
destructora implacable
de la vida en la tierra.
Sólo unos pocos pudieron evitarla,
metidos de prisa en un supermercado,
que cerró a tiempo todas las salidas.
Paradójico símbolo de una humanidad
sitiada por el pánico a la muerte.
Allí compartieron unos días agónicos
los guapos y valientes Thomas Jane, Marcia Gay Harden,
o André Braugher
-actores, al fin y al cabo, de películas-
con decenas de pobres diablos
huidos de la niebla,
monigotes del pavor,
subhombres terrificados.
Era una niebla al servicio de la muerte cercadora,
madriguera de monstruos de fiereza mecánica,
de forma extraterrestre,
de tentáculos ubérrimos, prensiles,
viscosos, repugnantes.
Convertidos de día en aves crueles de rapiña,
violentos se cebaban
en la carne feraz y temblorosa
de las víctimas más jóvenes y bellas.
II
Una niebla monstruosa
-lo sabemos-
va recorriendo el mundo.
Esa niebla que llamamos el mal:
el hambre, el odio, el dolor,
la injusticia, la guerra, el terrorismo…
Una niebla, invisible con frecuencia,
y a veces bien visible y espantosa,
nos ha salido al paso de continuo
en los últimos años.
Conocemos los confusos orígenes,
pero ciertos,
de sus monstruos camuflados y serviles,
sus inicios cautelosos,
sus avances certeros,
sus cercos compulsivos y tenaces,
sus ataques iracundos,
su perversión sin límites.
III
Cuántos años llevamos per-seguidos,
compelidos, rodeados, acosados,
por la burla, el dicterio y el estigma,
la injuria, la calumnia,
el desprecio, el olvido o la revancha,
el crimen, y la infamia final después de muertos.
Son las armas maestras de los monstruos escondidos
y de todos sus cómplices, a veces manifiestos,
que niegan la existencia de esa niebla,
su envoltura terrífica,
su amenaza, su peligro, su nequicia o sus horrores;
que la explican en su caso, la adoban, la maquillan,
cuando no canonizan
-dioses endemoniados de ese infierno-
de progreso o justicia sus excidios.
Cuántos años de lágrimas, que parecen inútiles, como una lluvia seca;
de palabras impotentes, que parecen grabadas en un disco oficioso;
de promesas, que duran unas horas: ¡cada uno a lo suyo!
Cuántos años volviendo a lo peor
de la historia universal.
Quien ha visto y oído llorar a tantas viudas,
a tantos padres, hijos, hermanos, amigos, compañeros
de las víctimas
-todas inocentes-
ya no puede ser lo alegre que antes era,
ya no puede no tener en las pupilas
la sombra indeleznable de la pena solidaria
y una triste pregunta decisiva
sobre la inmensa finitud del hombre.
IV
Tiempo hacía que la niebla
rondaba Berriozar,
pueblo de pueblos, país de países,
por las cuatro vertientes del denso submontano:
desde Ezcaba y Artica,
desde Aizoain y Pamplona.
Lo rondaba con el ímpetu del odio y el terror,
ensayando sus tentáculos de caza.
Un día se adentró en la calle Askatasuna
y la hizo la calle del delito cruento,
el ludibrio y la mofa sangrante de toda libertad.
Sus monstruos arrastraron la vida
floreciente y madura
de Francisco Casanova Vicente:
askatasunaren kalea,
askatasunaren etxea,
askatasunaren izena,
sekulako
(calle de la libertad,
casa de la libertad,
nombre de la libertad,
excelente y para siempre).
Los monstruos se llevaron también entre sus garras
recios trozos de la vida más íntima
de Anuncia y de Francisco,
de Javier, de Laura y Rosalía:
-nombres de santoral glorioso,
de huerto y poemas petrarquistas-
y de todos los parientes, compañeros y amigos,
que con él, condoliendo y congozando, convivían.
V
Yo no le conocí. Pero sé que ni siquiera
era un hombre importante y menos de poder.
Y que, por ser, como él era,
débil y fácil presa cotidiana,
le arrebató esa niebla insaciable y asesina.
Hijo de emigrantes,
el tren de ganarse la vida les llevó,
como a otros muchos,
a la estación nodal de Castejón de Ebro.
Servidor de su pueblo en la milicia,
estudioso hasta el fin, por oficio y por querencia,
de cuestiones sociales, derechos y deberes;
músico alegre, alegrador de gentes,
con su voz de canario y jotero juglar,
no había en su limpia ejecutoria otro elitismo
que el de un alma noble en servicio constante.
Felices…, sí, felices,
aquí y allí, y en todo tiempo,
los limpios de corazón.
Y no usemos -ingenuos, mezquinos o cobardes-
vocablos abstractos, rimbombantes, bien vistos,
para decir por qué le acribillaron.
Ser español, y español simbólico además,
era aquel día, lo mismo que es ahora,
motivo principal
de condena suprema y parabellum.
Pero un pueblo paciente y condolido,
viento de pueblo, justiciero nato,
se despertó sobre la tierra maldita por la sangre del crimen,
se puso en pie por fin para espantar los monstruos
entre la niebla huidiza,
y confortar después a tantas víctimas
del miedo derramado.
No fue vana la muerte de Francisco Casanova
ni siquiera en su pueblo.
Su testigo de inmediato testigo
de la vida y su valor primerísimo
va pasando, más vivo que nunca, entre miles de personas,
como nunca imaginaron sus aleves matarifes.
VI
En aquel infeliz supermercado
de Main, que hacía de refugio,
salieron también de su escondrijo
los vicios capitales que, entre nieblas, nos acechan.
No faltó la fanática devota,
que blandió la santa Biblia lo mismo que una espada
para anunciar castigos ejemplares
de manos de un dios apocalíptico,
mal entendido y peor manipulado,
exigiendo, lunática, expiación y sacrificios personales.
Todo terror desempolva o inventa las culpas que le sirven.
Todo terror se nutre de fríos preparados de venganza,
y se erige en profeta febril de expiaciones.
Nosotros creemos en el Dios de Jesús de Nazaret,
padre y madre de toda criatura.
Jesús, el hombre justo, en su intensa humanidad,
nos reveló el amor y la entrega de Dios
hasta el fin de lo posible,
no su cólera o su noble, mayestática,
dignidad ofendida.
El fue el mártir-testigo ejemplar
de una vida volcada, contra viento y marea,
en la felicidad de los mortales,
de aquéllos, sobre todo, apartados de la dicha:
míseros, enfermos, apestados, pecadores…,
excluidos de la vida común, del templo, de la ley,
y de un Dios excluyente y vengativo.
Él no buscó el dolor, la desgracia y la muerte tormentosa.
Él buscó el compromiso civil y religioso con todos sus rigores.
Él bebió el cáliz vital y fraternal hasta las heces.
Es lo que aquí y ahora estamos celebrando / reviviendo.
El memorial más vivo de aquel ser admirable
-cuerpo y sangre, en términos hebreos-
es , porque él quiso, un pan que nutre y fortalece,
y un vino que reúne y regocija.
Real-sacramental presencia de su vida y de su muerte
por amor a los suyos.
Fácil de sentir, de explicar, y fácil
de imitar y de heredarlo por los siglos.
Una cena que contagia y compromete,
fraternal / sororal comunión constitutiva
para gozo, plenitud y pervivencia de los hombres.
VII
Hoy, a nueve de agosto, en Berriozar,
octavo aniversario
del feroz exterminio de Francisco Casanova.
Fiesta cristiana también del martirio-testimonio
de aquella joven filósofa sutil,
judía y alemana, Edith Stein,
-Sor Teresa Benedicta de la Cruz-
carmelita arrastrada
al campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau,
a manos de los mismos devotos de los ídolos
de la sangre, de la tierra, de la raza,
de la fuerza, del dominio, y de la muerte
del otro, del extraño o del impuro.
Fue una víctima de los hornos de gas,
otra niebla científica
de los hijos de la niebla antropofágica.
*
Juntos, aquí, en concordada voz, la conjuramos.
Juntos, aquí, desde su misma raíz, la maldecimos.
Juntos, aquí,
prometemos a Dios nuestro Señor
-el único Señor en quien creemos-,
no dejar de alejarla y anularla,
con todas nuestras fuerzas,
con su ayuda y la ayuda
de todos las personas de limpio corazón,
en todos los momentos de nuestra corta vida.
*
(Simancas-Berriozar (iglesia de san Esteban,
9 de agosto de 2008)