Si, según el refrán popular, no hay mal que por no venga, el mal mayúsculo de la guerra nos ha traído, en palabras de Borrell, al alto comisonado para la acción exterior y seguridad de la Unión Europea, una nueva Europa geopolítica. Si, como he escrito otras veces, todavía no sabemos qué es Europa y menos todavía quién, la invasiónn de Ucraia por el dictador ruso Putin ha ensanchado los anteriores límites de la Europa prevista, extendiéndolos hasta incluir Moldavia, Ucrania y Georgia, sin excluir por eso los Países balcánicos que aguardan su turno.
La invasión de Ucrania ha dejado patente el viejo problema, nunca resuelto de la defensa de Europa, en una Unión sin ejército propio, dependiente de la OTAN, lo que es decir, de los Estados Unidos de América. Pero los Estados Unidos, no solo los de Trump, hace tiempo que vienen retirándose de Europa, enfocados como están hacia el Pacífico más que al Atlántico, y siendo China para ellos el primer reto y el primer afán, y no, por cierto, la Unión Europea, de la que se desgajó, además, su primer aliado el Reino Unido de Gran Bretaña, y ni siquiera Rusia. Pero lo que está sucediendo ahora en en el Este de Europa y la nueva actitud de la Unión de entregar armas al Gobierno de Ucrania es obligado preámbulo de una nueva etapa que se abre en el futuro de la defensa y seguridad europeas. Lo mismo podemos decir de la OTAN, que parecía sobrar, tras desplomarse la Unión Soviética.
Otras muchas consecuencias se derivan de una nueva y radical experiencia bélica en el inmenso campo de la cooperación y el desarrollo y en el no menos vasto terreno de las comunicaciones, transportes y logística.
No hay más que por bien no venga, aunque el mal no será nunca un bien.