San Benito no fue un teórico de la oración, pero organizó para sus monjes la liturgia de las horas o el oficio divino minuciosamente, asignando salmos, lecturas y oraciones a cada uno de siete oficios diurnos y nocturnos, desde laudes a a completas. Más de tres horas al día leyendo u oyendo leer, lo que debía llevar a otra oración espontánea o sin palabras.
La oración benedictina no tiene tanto que ver con la técnica como con la perseverancia y la atención. La lectio divina pasa luego por la meditatio o reflexión, seguida por la oratio, hasta llegar a la contemplatio.
Hubo momentos en la historia benedictina, y sus ramas posteriores, en que la oración litúrgica se exageró y se exasperó, hasta conducir a una aversión a la misma. Y momentos en que esa oración se convirtió más en espectáculo que en contemplación, y hubo que buscar remedio en el silencio y el aislamiento,
La oración es un medio y una expresión del ofrecimiento de uno mismo a Dios, la entrega de nuestra vida y actividades a manos de Dios. La oración forma parte de la vida: Dios está presente en todas partes y momentos de la misma.
***
Un hermano monje dijo al abad (abba) Antonio: –Reza por mí. El anciano abad le contestó: –No tendré piedad de ti, y tampoco la tendrá Dios, si tú mismo no haces un esfuerzo y no ruegas a Dios. (Antonio abad, Dichos).
Ante todo, al empezar cualquier obra buena, pídele al Señor con insistente oración que la lleve a término. (Regla de San Benito).
La oración debe ser breve y pura, a no ser que se alargue por inspiración de la gracia divina. (Regla de San Benito).