La rebelión de los tractores, es decir, de los tractoristas, no es nueva en España, pero es la más actual y la más contundente. Coincide, más que con el estreno del nuevo Gobierno, con la ley del salario mínimo y con las subastas de concesiones, promesas y ofrecimientos de muchas bicocas de aquél a las Comunidades privilegiadas y clientelares de Cataluña y de Euzkadi, así como con la actualidad del problema de la España vacía o vaciada. Todo lo cual hace de marco para las hasta ahora pacífica, aunque estruendosa, rebelión .
Una vieja historia. Cuando entramos en la entonces Comunidad Económica Europea, recuerdo que los parlamentarios europeos fuimos por todas partes, por colegios, casas de cultura, salones municipales, centros cívicos, salas de cine, teatro y discotecas hablando del campo europeo, (mejor, del medio rural europeo), de la política agraria común (PAC) y de las consecuencias de la entrada de España en la Comunidad en el campo español. Entonces yo sabía de todo eso mucho más que hoy. Entonces el presupuesto de agricutura y pesca de la CEE -únicas competencias exclusivas de la misma- ascendían a más de la la mitad del total. Tras el carbón y el acero -productos claves, además de simbólicos- de la inmediata posguerra en los Seis Estados miembros, los padres fundadores de la Comunidad pensaron que la agricultura y las pesca eran e iban a ser los bienes fundamentales y menos protegidos de Europa en su conjunto en los próximos años, y tomaron sobre sí esa singular responsabilidad.
Naturalmente, el escaso presupuesto tanto de la Comunidad como de la siguiente Unión no ha podido resolver ni el problema del campo europeo ni otros muchos problemas menos acuciantes. Tampoco los Estados Nacionales, sometidos a las leyes del mercado libre y a la globalidad de la economía mundial, han conseguido, a pesar de la garantía europea, llenar un montón de carencias, regular las irregularidades y compensar los desajustes de las mismas.
Es cierto que, entre otras muchas preocupaciones que ha tenido España desde 1976, el agro español no ha sido la primera. Ni de los Gobiernos nacionales, ni de los autonómicos, ni de los partidos de izquierda o de derecha. Y aqui podemos autocriticarnos todos. Porque era un asunto lejano y extraño para los señoritos urbanos; porque concernía oficialmente a Europa; porque era cosa de los sindicatos agrarios, cuando no de los ricos agricultores, siempre insaciables, siempre lastimeros, siempre egoístas, como el saltimbanqui sindical ugetista Álvarez repetía hace días…, lo cierto es que el campo español, con excepciones, ha formado parte de la España vacía, vaciada y, sobre todo, desconocída, cuando no menospreciada. Siempre retóricamente mencionada y casi nunca estudiada y reconocida.
Ahora parece ser un momento distinto y hasta nuevo e innovador. Cuando el número uno del populismo izquierdista en España se atreve desde el Gobierno o semiGobierno, del que forma parte, a animar las movilizaciones agrícolas, imitando el Apreteu del independentista antiespañol Quim Torra, es que el campo español ha devenido una fuerza poderosa y, en cierto punto, amenazante. Vamos a ver.