En la campaña preelectoral anterior, Pedro Sánchez salió, sin más, por peteneras amargas, aplaudidas con brío por lo suyos, contra la Iglesia en España, con todo un programa de amenazas: denuncia unilateral de los Acuerdos con la Santa Sede, que suelen llamar Concordato; supresión de la enseñanza de la religión en las escuelas; supresión o disminución de la escuela concertada; supresión del artículo 16 de la Constitución; nueva ley de libertad religiosa atando corto a la Iglesia… De los pocos votos que le quedaban a Sánchez, todavía tuvo menos de parte de muchos católicos en todo el país. Alberto Garzón, la nueva joya del comunismo español, haciendo honor a su doctrina tradicional, escenificó, como en los peores iempos, frente a la catedral de la Almudena un programa similar, todavía más agresivo. Y Podemos no se quedó a la zaga. Tras las elecciones, los alcaldes y concejales de Izquierda Unida y Podemos, y en algunos casos del PSOE, que cogobierna con ellos, han ido cumpliendo su programa de gestos y de realidades allí donde han podido y dentro de lo que han podido: acoso a la escuela concertada; no asistencia a celebraciones religiosas tradicionales; retirada de subvenciones; molestas declaraciones anticlericales… En las dos entrevistas Iglesias-Rivera que han tenido lugar en la TV, el primero se ha lanzado a anunciar que hará pagar el IBI (impuesto a los bienes inmuebles) a la Iglesia, mientras el segundo añadía, más prudente, que también a los partidos, los sindicatos, las asociaciones culturales y deport.ivas… Después, en la campaña anterior, fuera de alguna que otra alusión, la Iglesia desapareció del mapa electoral. Lo mismo ha sucedido en la actual precampaña. Unos cuantos intelectuales católicos han suscrito hace unos días un documento, Religión y religiones en la plaza pública, en el que defienden la igualdad en el derecho a la libertad ideológica y religiosa, la laicidad del Estado y el principio de cooperación del modelo español. Consideran que la supresión del artículo 16, que salvaguada la libertad religiosas, sería un retroceso y nos privaría de afrontar la diversidsd religiosa de manera positiva desde la cooperación. Recuerdan que nuestro modelo es fruto del consenso, desde el que se puede evolucionar y reformar la ley orgánica de libertad religiosa, pero no desde la amenaza y la precipitación, sino desde el sosiego. Lo mismo que los Acuerdos con la Santa Sede, en la nueva línea del papa Francisco.. En la misma línea de actuación están otras confesisones en España, como la evangélica, la musulmana y la judía, cuyos responsables, junto a los católicos, han llegado a una serie de acuerdos entre sí ante la situación actual.- Lo que no se puede es confundir el Estado con la sociedad y exigir la laicidad, cuando no el laicismo, de ésta, desde la supresión de las procesiones, a la retirada de cualquier signo religioso de las calles, o la eliminación de fiestas cristianas. O apostar a cada paso por el multiculturalismo y aplaudirlo en todas sus manifestaciones y exigencias, y querer encerrar, por el contrario, al llamado hecho religioso en el templo, cuando no en la sacristía. Como en los peores tiempos.