La riada en Pamplona

El río Arga es el río de Pamplona. Se le llama el más navarro de los ríos, porque de los grandes (más bien, medianos) que nos cruzan, es el único que nace y muere en nuestra tierra. Hace dos días, una virulenta gota fría ha dejado en las cabeceras del río, en el Pirineo navarro, y en el de su afluente, el Ultzama, lluvias tan copiosas, que los han hinchado con 623,83 metros cúbicos por segundo, y, por eso, en el punto de su confluencia -Villava y sus aledaños- han inundado locamente calles, parques, campos, edificios, llevándose mucho de lo que encontraban a su paso. Lo que, según los expertos, sigue entrando en el período de retorno o de recurrencia de inundaciones, calculado hace diez años. Algunos de ellos nos recuerdan también que el río ha vuelto, aunque tarde, a expandirse por sus viejas áreas de expansión, que el hombre ha ocupado imprudentemente, fiado en estadísticas de corto alcance, en memorias de menor alcance todavía, y sobre todo en exijencias de inmediato interés.

El pamplonés primitivo habitó en la terraza alta del Arga. Y el Arga desde entonces fue el mejor aliado del habitante de la vieja Pompelo: su defensor, su abastecedor, su transportador, su motor, su saneador. Ahora ha sido su invasor, tal vez su reiivindicador.

Ayer, como todos los pamploneses, nos asomamos a la barandilla más alta de la muralla natural al norte de la ciudad y vimos a un río galopante anegar las huertas de la Magdalena y la Rochapea, los corrales de Goñi, el club Natación, el club Amaya, el parque de Aranzadi,  y después vimos ahogarse las huertas  y parques de Burlada, sin poder pasar más adelante.

Hoy, hemos seguido al Arga, aguas arriba, desde el puente del Plazaola hasta su fusión con el Ultzama, en Villava. Después hemos continuado hasta la Trinidad de Arre, para contemplar  nuestro Niágara foral, al pie del templo y del puente jacobeos. El Arga  venía todavía tumultuoso, ya sin los furores de la primera acometida, pero siempre triunfal y vencedor. Y por todas partes hemos ido viendo los despojos de su recorrido arrollador: caballería fluvial en vanguardia y sección de tanques acquatransportados guardándole las espaldas.

Las víctimas eran muchas y todas estaban  por el suelo: yerbines del Parque embalsados todavía; ramas, grandes troncos arrancados, rotos o aplastados contra la corriente o contra laderas, plásticos por las orillas y, tras los bordes, y barro y tierra por doquier. En el Parque de la Runa, los diversos juguetes mecánicos del parque infantil estaban bloqueados por el barrizal, las zaborras, los ramajes, mientras unos niños buscaban un sitio ya limpio para jugar. Afortundamente, aqui ha valido de mucho la mota levantada hace  tiempo, tras otras sacdidas, y el agua no pasó de ahí. La vista más penosa ha sido desde el siempre peripuesto puente de San Pedro, hoy lugar de peregrinaje, frente a las piscinas de Aranzadi: Chopos, fresnos, sauces, mimbreras…, arrancados o removidos, acorralados, atropellados, postrados en tierra; isletas deshechas o descuajeringadas; plásticos mil, trapos multicolores, hasta un colchón entre las ramas maltratadas de la orilla derecha , y en medio del cauce, unos hierros blancos de algún trasto casero. Todo, demolido o desfigurado, feo,  tras la avenida del huracán de las aguas. Más tranquilas, en cambio, han pasado por el llamado Paseo de los Alemanes, tal vez  porque el cauce es aqui más amplio  y los árboles más antiguos y seguros.

En la urbanización Martiket, de Villava, lugar sustraido al dominio natural del río Ultzama desde los tiempos de su construcción, andan muchos, con altas botas de goma, achicando el agua  de los bajos y bajeras con bombas de motor. Han sufrido el golpe bajo en todos los aledaños de los dos cauces, sobre todo, almacenes, naves (de tierra), sótanos, garajes, polideportivos y clubes.

 Seguimos hasta el Batán, donde los edficios se acercan peligrosamente a la orilla fuvial, y subimos por las escaleras, adornadas por acacias y viburnos, hasta el mirador de Arre. Las buenas gentes se sientan en los bancos o miran asombradas la cascada del Ultzama: turbia, violenta, imponente, conminatoria, rugidora, encrespada sobre las piedras negruzcas de pizarra, tras las cuatro negras lagunas de embalsamiento. ¿Es la montaña que amenaza los valles de la cuenca? ¿Es el campo que apostrofa a la ciudad? ¿Es el norte que desafía al sur?

Desde el puente medieval miramos el río aguas arriba, que parece, aunque crecido, el mismo río apacible, que nace en los puertos y corretea, modesto, entre arbustos por el valle de su nombre:  río y  valle, lo más pacífico que se pueda imaginar.

Pero hoy el Ultzama, multiplicado y encorajinado por la gota fría, nos parece tan grande o mayor que el Arga. Y el Arga nos parece el Ebro, el Ródano, el Sena, el Elba… Qué sé yo.