La Semana Santa navarra es modesta, salvo en Corella, con su reconocida procesión barroca y bíblica, o en Andosilla, que sustituyó la de Aras, con una Pasión viviente, imitación de la vecina de Calahorra, con mayor recorrido y aliento. La procesión de Pamplona es también modesta: tendría que ser más breve para ser más leve y llevadera, más intensa que extensa, y debiera jugar la música un papel mucho mayor, llenando el vacío, que en otros lugares, como en Calahorra y en el Bajo Aragón, y recientemente en Tudela, llenan, entre solemnes y lúgubres, los tambores.
No es el nuestro tiempo de procesiones. Desde hace cuarenta años las sustituyeron las manifestaciones y concentraciones -procesiones laicas-, hoy también en declive. El éxodo vacacional ha cambiado mucho las cosas, así como el alejamiento de las prácticas religiosas. He vivido la procesión en muchos sitios, como en los anteriores, y en Estella, Tafalla, Olite, Peralta, Cintruénigo, Fitero, Cáseda, y en otros pueblos más pequeños, y mucho depende de la devoción y un poco del buen gusto.
No puede compararse Pamplona con Bilbao, Logroño o la mencionada Calahorra, y menos con otras ciudades castellanas y andaluzas. Hace años un grupo de amigos intentamos convencer a ciertas entidades para hacer de Pamplona una pequeña Cuenca durante la Semana Santa, con las sociedades musicales, orquestas y coros que por aqui y en nuestros contornos tenemos, pero no tuvimos suerte.
Un preludio, muy conseguido, de la Semana Santa pamplonesa es la procesión de la Dolorosa desde su capiila de San Lorenzo hasta la catedral, el penúltimo viernes de Cuaresma. Tiembla la historia humana en el paso de la Madre Dolorosa, barroca, realista y devocional, tallada en 1883, consolada de cirios y de claveles blancos, por las calles estrechas y curvadas de la ciudad medieval. Y parece que a cada temblor se le clavase más aún alguna de sus siete espadas de dolor.
Tiembla en la procesión de Cintruénigo ese Crucificado romanista de Juan de Biniés, activo imaginero en la Merindad de Tudela a comienzos del XVII. Como tiembla en la de Fitero el Cristo de la Guía, del estellés Bernabé Imberto. O en la barroca y bíblica de Corella el Cristo a la columna, quizás del mismo Biniés, que se guarda en el Museo de Arte Sacro o de la Encarnación.
La procesión del Viernes es la única escenificación sacra, popular y sobria que nos queda de los tiempos de los autos sacramentales o de los dramas de la pasión. La Contrarreforma llenó de imágenes sacras y de procesiones toda España, reverdeciendo así una antiquísima tradición religiosa, anterior incluso al Cristianismo y extendida a todas las religiones del planeta.