«La tierra que pisamos»

 

   La fe es un diamante engarzado en carne. Y la carne se aja y enferma. La piel se descuelga y los tendones se vuelven quebradizos y entoncs el diamante cae o se eleva, y se desvanece en la negrura del espacio, cuyo fiinal no es conocido, ni tan siquiera imaginado.

Los muros de Leva nunca fueron gruesos y, sin embargo, han sido muchos los momentos en los que ha rezado. O, más bien, implorado. Una jauría de perros sarnosos  le empuja hacia un acantilado. Al llegar al límite, cuando sus opciones se reducen a ser devorado o caer al vacío, salta el último resorte y entonces implora a las Alturas del mismo modo que sus esfínteres se vuelven laxos. ¿Cuántas veces se ha visto al borde de ese acantilado? Y así, a fuerza de encontrarse con la muerte, se ha envuelto en su capote de silencio, ahuyentando por igual a la luz y a la oscuridad.

El lector encuentra en esta nueva novela de Jesús Carrasco, con sus breves capítulos, que son más bien estampas, la misma prosa prieta, directa, implacable. Pero ya no es la misma línea, una y varia, anónima o nombrada, de su anterior novela de éxito, Intemperie. En esta segunda novela en torno a  una extraña ocupación de España por las fuerzas de no sé qué Imperio europeo, los tiempos novelísticos están tan revueltos, que no sabemos cuándo el misterioso protagonista Leva entra  o sale, viene o va, de dónde y a dónde. Tampoco la señora del viejo militar achacoso, Josif, aparece como esa mujer paradigmática que lucha por encontrar el auténtico sentido de su vida, de la que nos habla la propaganda de la editorial. Y el pueblo, ¿qué pueblo?, es una sombra que se mueve entre sombras. Me quedo, pues, con la  prosa del autor y con algunos capítulos donde ella esplende. Pero no con el conjunto, que me parece errado.