La infame traición de Judas, uno de los Doce, fueran cuales fuesen los motivos de su atroz felonía, inciertos aún para nosotros, y fuera cual fuese el final de su vida, ocurecida por las leyendas, sigue siendo una nota permanente, no digo fatal, de toda asociación humana, no sólo eclesial o eclesiástica. Una cuña agresiva de maldad. La corrupción moral por excelencia. Un conglomerado de rencor, envidia, odio, venganza, avaricia… Una constante amenaza para toda posesión del bien. Una perturbación poco menos que diabólica en cualquier propósito personal, grupal o colectivo. Uno de los mayores peligros de toda convivencia. La literatura popular es bien concisa: un Judas es de lo peor que a nadie puede decirse.