Ya lo tenéis sujeto, verdugos por encargo,
y cosido a la cruz,
el tormento inhumano
con que el Imperio domeñó a Judea.
Ya podéis enviar a degollar
el cordero de la Pascua,
divertir en palacio a los huéspedes latinos
o invitar al prefecto a visitar
Séforis en Galilea,
Te quedan siete años, procurador infame,
tú que lavas las manos en la sangre del justo,
antes de que Vitelio te embarque para Roma
a dar cuenta -¡al menos, una vez!-
de la sangre inocente vertida
por tus tropas en Samaria.
Siete años te quedan todavía,
José Caifás, el Opresor,
o el Sagaz -¡lo que es igual!-, como te llaman,
títere ridículo de los gobernadores,
antes de que el mismo Vitelio te despache
de tu finca sagrada del templo herodiano,
profanado mil veces
por tu hedionda avaricia,
por la inicua explotación
de los pobres de Yahvé.
Y tú, vulpeja astuta,
Herodes Antipas, el tetrarca,
que no llegaste a rey,
asesino de Juan el Bautista,
te has vengado otra vez
del profeta resurrecto,
que era un reproche permanente
de tu vida malvada.
Pocos años te quedan
por gozar de Herodías, la mujer de tu hermano,
antes de ser vencido por tu suegro,
antes de que,
mendigo envidioso en la casa del César,
te nieguen la diadema de tu sobrino Agripa
y en el triste y lejano destierro de la Galia
te encuentre distraido el sicario de Calígula.
Pero ahora, viejas hienas odiosas,
podéis con razón regocijaros.
Por ahora
estáis libres
de sus ojos fascinantes,
de su voz poderosa,
del clamor concitante
del Reino que anunciaba,
sin dracmas ni denarios,
sin armas ni bagajes.
Ya lo tenéis sujeto
y cosido a la cruz.
Ya podéis, a esta hora
-son las tres de la tarde-,
y a vuestra ruin manera,
comenzar a preparar
la fiesta de la Pascua.
Los tres, y sin quererlo,
habéis hecho posible,
con vuestro crimen máximo,
la Pascua más genuina,
la Pascua renovada y perdurable.
Pero eso no borra vuestra culpa maldita
Los tres tendréis escritos vuestros nombres
en la historia más negra de todos los horrores,
del odio, la injusticia y el escarnio,
y servirán de espanto y de desprecio
donde quiera los hombres sobrevivan.
Ahora, pues, vosotros,
ignorantes de todo,
y verdugos distantes
de la víctima del Gólgota,
podéis lavaros por fin
del miedo
vuestras almas.