Sí, Puigdemont fue elegido presidente de su partido por aclamación y su lista única de afines se llevó el 90 por ciento de los votos. Pero esos votos representaban solo el 43% de sus militantes, que no pasan de 6.583.
Puigdemont y todo su partido se ratifican en su separatismo y su independentismo. Y se sitúan en la derecha catalana, también con la obsesión de la inmigración como tema mayor. Y hacen del No surrender, de Springsteens, su himno preferido. Pero a la vez quieren que Sánchez les pague los gastos de la separación, ahora a cuentagotas, dejando para la retórica la independencia unilateral, para la cual tienen menos fuerza que nunca, con solo 138 pequeños municipios en toda Cataluña. Sus 7 votos en el Congreso -oficina de compra venta- siguen siendo su mayor tesoro para su alta política comercial.
Si esta debilidad puede parecer un triunfo de Sánchez tras la compra-venta de la amnistía, la situación de la hispanofobia en Cataluña lo desmiente rotundamente. Allí crece de día en día el odio ideológico, el odio lingüístico, el odio inter-cívico. Nada de reconciliación y de concordia, como escandía el lema a favor de los indultos y de la amnistía. De los 175 episodios de violencia política registrados en la Comunidad durante 2023 -12% más que el año anterior-, un 76 por ciento fueron a cargo de secesionistas contra personas, grupos, instituciones o bienes españoles. De 42 casos contra autoridades y profesionales, 29 tienen el mismo origen . En 10 de estos incidentes tanto el agresor como el agredido fueron independentistas, lo que explica la pésima relación entre grupos ideológicos afines.
Los indultos, la amnistía y otras bicocas están llevando a Cataluña a una mayor exasperación antiespañola. Ojalá que la mayoría constitucionalista pueda frenarla y superarla a la hora de las elecciones. Pero sin compensaciones tan imposibles, dañinas y contradictorias como el cupo catalán y sus añadidos.