Sigo leyendo a Pablo d´Ors, que es inagotable:
(…)
El mundo me parece un lugar precioso, incluso ahí donde los escenarios son más horribles. Las miradas de quienes sufren me parecen más hermosas que las de quienes se sienten satisfechos.
He dejado de estar enamorado de mí. Ya no miro qué dicen de mí las redes, o si mis libros se han vendido más o menos esta semana que la anterior. No tengo tiempo que perder con el ego, estoy demasiado fascinado con Dios y con su Creación.
En cuando me acecha una preocupación o una emoción negativa, la detecto, la detengo con mi mantra o con una afirmación positiva, y me maravillo de que quede atrás tan fácilmente, cuando antes me resultaban directamente invencibles.
Ya no me fustigo, hago más pausas, me acuesto antes, comprendo que cada día tiene su afán, escucho con más paciencia, miro casi siempre con benevolencia, no me reconozco, la verdad.
Comprendo que estoy entrando en un largo y cálido Pentecostés, que confío que dure hasta la muerte.
*
¿No es en verdad reconfortante leer estas sabias palabras, de uno de los pocos sabios que en el mudo han sido?