Conocemos la condición humana y a estas alturas de la historia no nos hacemos demasiadas ilusiones sobre ella. Pero sabemos también que en ciertas circunstancias puede mejorar o empeorar. Estos días, donde la falta de noticias normales es casi total, escritores de toda especie nos animan augurando un cambio general a mejor en los usos y costumbres como efecto de la pandemia. Dios les oiga.
Una de las mejoras previsibles en nuestra vida nacional podría ser la mayor y mejor estima por parte de la ciudadania (de la gente) acerca de nuestras Fuerzas de Seguridad del Estado (Guardia Civil y Policía Armada) y sobre todo del Ejército, dada su ingente, generosa, universal participación dentro del estado de alarma, en los puntos más conflictivos y delicados de la crisis: hospitales, clínicas, residencias, desinfección de edificios, orden público, custodia y protección de infraestructuras…
Casi siempre víctimas de escasos presupuestos, todavía con la tacha de la Dictadura sobre sus espaldas, blanco predilecto por su propia función de separatistas, independentistas y antiespañoles de todo género, la bien ganada fama durante los últimos años dentro y fuera de España en la mayoría de la población puede acrecentarse, y mucho, vista su actuación extraordinaria contra la expansión de la pandemia. La gratitud a los cuepos sanitarios va de suyo. Siempre, aunque ahora más, es fácil reconocerla. La gratitud, en cambio, a todas las Fuerzas Armadas, fuera de una guerra patriótica o de una guerrilla terrorista, como la de ETA, suele estar más en el aire. Ahora está muy pegada al terruño, a la nerviosa actualidad de cada día. Alegrémonos de ello.