La noticia pasó inadvertida, en pleno mes de agosto, si es que alguna agencia importante la dio. Pero el Parlamento de Ucrania aprobó por clara mayoría de votos -265 contra 29- la prohibición de la Iglesia ortodoxa vinculada históricamente al Patriarcado Ortodoxo de Moscú, a pesar que esta Iglesia, pastoreada por el patriarca Onufriy, rompió con él en un segundo momento tras la invasión por Putin. A pesar de todo, el Gobierno de Zelinsky cree que muchos de sus clérigos actúan como espías al servicio de Rusia.
Como es sabido, una parte de la Iglesia ortodoxa ucraniana, encabezada por el metropolita Epifany, apoyada por el patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé, y adscrita al mismo, se separó en 2018 del Patriarcado de Moscú y se declaró autocéfala. El patriarca moscovita Kirill, un títere en manos de Putin, declaró el cisma, y ahora ha hablado de persecución y de caza de brujas.
Según las últimas noticias, avanzan los intentos de emprender un diálogo sin condiciones previas para alcanzar la unidad y reconciliación entre las dos Iglesias ortodoxas del país, al menos en la parte ucraniana dominada por Zelinsky.
De todos modos, otros patriarcas ortodoxos orientales, como Ignacio IV de Antioquía, han condenado la persecución del clero y de los creyentes de la Iglesia de Onufry, incluidos malos tratos, amenazas, palizas e incautaciones masivas de iglesias. Tampoco nuestro papa Francisco se ha quedado callado. En el Ángelus del 2t5 de agosto, deploró el paso dado por el Parlamento de Kiev: Por favor, que ninguna Iglesia cristiana sea abolida directa o indirectamente. ¡Las iglesias no se tocan!