Volvemos este año, un poco tarde, a las viñas vendimiadas de nuestros amigos socios de las Bodegas Nekeas de Añorbe. Un poco tarde, porque en las viñas acostumbradas nos cuesta mucho rato llenar la cesta, que otros años, en la primera racimada, nos duraba cinco minutos. A la vuelta, vemos, ya cerca del pueblo, toda una viña, colgando de uvas, y sin vendimiar. Pero no sabíamos ni sabemos si pertenece a la propiedad de nuestros amigos.
Pero con uvas o sin ellas, mejor con ellas, esta tarde penúltima de octubre, es una gracia de Dios andar con las tijeras entre las cepas altas, semi arboladas; gustar los granos deliciosos de la uva maduradísima; bajar y subir entre las olas coloristas de los pámpanos, que van perdiendo la clorofila: verdi amarillos en los tempranillos blancos y viuras; morados, bermejos, rubíes y granates en los tempranillos tintos y variedades francesas afines, en plena reacción, a la luz fría del otoño, de todos sus azúcares ocultos tras la contraccion de las hojas. Y ese color familiar para todos los navarros, sencillo y recatado, el amariilo cansado de la garnacha, antes omipresente en nuestros campos. Cae un cielo azul y luminoso sin tacha sobre dos vallecicos, separados por unas pequeñas lomas recorridas por viñedos u olivares jóvenes, de color verde oliva y en perfecta formación escaladora, y por algunas piezas preparadas para la siembra del maíz, de color marrón prieto.
Corre el agua del vecino Canal de Navarra por todas partes: por gota a gota en las viñas y olivares, y por aspersión en los demás cultivos. Las muchas acequias recogen el agua que se escurre y crecen por todas partes las eneas y los carrizos, ahora en flor. Algunas filas de olivos adornan los lindes de los viñedos junto al camino, con muchas olivas ya coloradas, que añaden un nuevo matiz a la exposición vitícola otoñal. Por los dos lados de este jardín intenso de vino y aceite se asoma un cordal de bosquetes de encinas y monte bajo; surmontado en el flanco de Artajona por una flota de molinos eólicos, que hacen aún más excitante el paisaje. Allí lejos, sobre el corredor de fondo occidental, los tres picos sagrados de Montejurra.
Aún nos quedan ganas de llegar a las ruinas del castro en el Alto de los Fosos, no lejos de aqui, pero al atardecer nadie que no conozca muy bien el terreno ha de evitar subir rampas tan peligrosas como las de Añorbe, Cirauqui, San Martín de Unx, Gallipienso, Piedramillera o Ujué. Así que lo dejamos para otro día y de mañana.
Para compensarnos, nos sale una luna llena, en el cielo entre Olcoz y Tirapu, tan alta, tan lúcida, tan sorprendente, que parece una diosa, toda sonrisada, sobre su trono universal. Si a Eneas, según Virgilio, se le manifestó Venus en el andar: et vera incessu patuit dea, a nosotros la luna se nos ha manifestado diosa celeste en medio del cielo.