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LAS TÁCTICAS DEL SILENCIO. A
Ya Aristóteles pensaba que el silencio lleva siempre consigo su recompensa. Y el libro de los Proverbios asegura que quien cierra los labios pasa por inteligente. Los estoicos preconizaban a menudo el silencio, incluso en las circunstancias más graves. Séneca, entre ellos, hizo de él la virtud del sabio. Son memorables los silencios de Jesús en los Evangelios. Generaciones de cristianos, desde los monjes solitarios de los desiertos hasta los fundadores de órdenes y congregaciones religiosas, más o menos severas, hicieron del silencio el método fundamental de su vida. Uno de ellos, Ignacio de Loyola, al comienzo de la Modernidad, enseñó a sus hijos, prototipos del sabio cristiano moderno, un arte de callar, modelado en el ejemplo del Maestro.
Andando el tiempo, el jesuita español Baltasar Gracián (s. XVII), el gran clásico europeo de la mejor educación, instituye en su Oráculo manual y arte de prudencia la matriz de ese arte elegido por su fundador, donde el silencio llega a ser el sagrado de la cordura y se lleva la severidad hasta el extremo de escribir: hase de hablar como en testamento. Muchos moralistas del siglo XVIII fueron sus discípulos en este punto. La Rochefoucauld distingue un silencio silencio elocuente, un silencio burlón y un silencio respetuoso. Monsieur de Moncade hace notar que, si sólo dijéramos cosas útiles, se haría un gran silencio en el mundo.
El abate Dinouart, en su L´art de se taire –siempre el silencio como un arte- nos deja el mensaje esencial de que el hombre nunca se posee más que en el silencio. Busca ante todo un tratado de urbanidad cristiana, donde distingue hasta once clases de silencio y recupera la antigua convicción que se encontraba ya en Las aventuras de Telémaco, del gran Fénelón, según la cual el arte del buen gobierno requiere muchas veces callar.