LAS TÁCTICAS DEL SILENCIO. B
Hay momentos en la sociedad, según Émile Moulin, en que el silencio no responde a ningún objetivo táctico y es tan solo la consecuencia de un rasgo de carácter, que es la taciturnidad. Guillermo de Orange, amigo y servidor leal del emperador Carlos y después su mayor enemigo, llevaba como mote el taciturno. A este se añade el tímido que desconfía de sí mismo y su silencio no se encuadra en ninguno de los clasificados por Dinouart.
Paul Valery se inscribe tardíamente en el linaje de los moralistas de la era moderna, trasponiendo sus aforismos a las esferas de la amistad y de la intimidad: La verdadera intimidad descansa en el sentido mutuo de las «pudenda» y de las «tacenda» (…), y solo las personas que poseen el mismo grado de discreción llegan a hacerse verdaderamente íntimas. El resto, carácter, cultura y gusto importa poco.
Dejando el mundo intelectual y pasando al medio rural, la literatura nos recuerda que los campesinos recurren con frecuencia a las tácticas del silencio ligadas a la necesidad del secreto. En el siglo XIX se insistía en que el campesino es un hombre que calla. Su palabra es rara porque a menud le parece inútil, incluso a la hora de oración, Es conocida aquella amécdota del santo cura de Ars, sorprendido por el paisano que se recogía en la iglesia del pueblo para rezar y lo resumía todo con aquella expresión: Yo le miro y Él me mira. En el campo el silencio es ante todo una táctica: protege de la revelación de los secretos de la familia, de cualquier ataque contra el patrimonio del honor, asegurando la solidaridad del grupo, asi como de la circulación de los chismorreos del otro que intenta penetrar en lo que se oculta tras el silencio. El silencio igualmente oculta la amplitud de los bienes poseídos y de los proyectos de adquisiciones, y disimula los eventuales deseos de venganza. En resumen, según muchos autores, el silencio del campesino es un bien. Su palabra es rara, porque es valiosa, lenta, pausada y fácilmente inteligible, creíble.