Leyendo a Homero

 

                En estos días plácidos de febrero, días de reposo y sin agobios de ningún tipo, me gusta volver a mis dilectos Horacio, Virgilio, Ovidio… Hoy me he remontado hasta Homero, y he aprovechado unas cuantas páginas de la Ilíada, traducida en versos blancos castellanos de 14 sílabas  -¡oh, aquella recia formación humanista de aquella Comillas!- por mi amigo, el escritor y humanista tudelano, Rafael Manero, huésped varias veces de este cuaderno de bitácora.

El comienzo glorioso:

Oh diosa, canta ahora la cólera funesta
de Aquiles el Pelida, que a los aqueos trajo
mil dolores, y al Hades envió muchas almas
de héroes valientes, a los que hizo pasto
de perros, y alimento de aves de rapiña,
(la voluntad de Zeus cumplía sus designios)
desde que en un principio se enfrentaran riñendo
Atrida, rey de hombres, y Aquiles, el divino.

O cuando Agamenón, rey de hombres, anuncia que se llevará a Briseida, la esclava de Aquiles, y este está a punto de agredirle con la espada, lo que impide la diosa Atenea:

Entonces respondió Aquiles el divino:
«Presuntuoso Atrida, más que todos avaro,
¿cómo te van a dar los Aqueos magnánimos
semejante regalo? En ningún sitio vemos
reservas comunales, que a todos pertenezcan,
sino que lo ganado, fruto de los saqueos,
ha sido repartido, y ya no es conveniente
obligar a los hombres a juntarlo de nuevo.
Tú entrega al dios la joven, que todos los Aqueos
te lo compensaremos por tres o cuatro veces,
si es que dios nos concede destruir algún día
a Troya bien murada».