Cuesta un poco citar al más genial tal vez de los presocráticos, «el oscuro» Heráclito de Éfeso, oscurecido por unos y por otros, «discípulo de nadie», que terminó, según dicen, como un misántropo, que comía en las montañas hierbas y plantas, y que, como los médicos no pudieron curarle la hidropesía, se encerró en un establo con la esperana de que el calor del estiércol evaporase el agua de su cuerpo. Otras fuentes añaden que le devoraron los perros, que no le reconocieron entre el estiércol… Mejor que no sea verdad. Le doy hoy vueltas a ese pensamieno heraclitiano, que nos trasmite Plutarco: «Como lo mismo está en nosotros viviente y muerto, así como lo despierto y lo dormido, lo joven y lo viejo; pues éstos, al cambiar, son aquéllos, y aquéllos al cambiar a su vez, son éstos». Y éste otro, que conservó Clemente: «Si no se espera lo inesperado, no se hallará, dado lo inhallable y difícil de acceder que es». Y ése todavía más enigmático:» A los hombres que mueren les aguardan cosas que no esperan ni se imaginan».