Lo poco que sabemos de Cervantes

 

        Sólo conocemos -resume el filólogo y biógrafo José Manuel Lucía Megías, comisario de  la exposición nacional cervantina- lo poco que él escribió de sí mismo. Aquel joven que quería ser escribano en la Corte, secretario del cardenal Espinosa o de cualquiera de los nobles cortesanos,  incluso del propio rey, pensando que en Roma tiene más posibilidades, se mete luego a soldado en los Tercios. Prisionero durante cinco años de los corsarios en Argel tras la batalla de Lepanto, y liberado por los 500 escudos, que adelantan, en gran parte, los frailes trinitarios, al regreso a España en 1580 busca dce nuevo un sitio en la Corte y sobre todo, hasta 1590, sigue anhelando un cargo vacante en América. Recaudador de impuestos no era un oficio de moco de pavo; era representante del rey, pero andar por Andalucía no era lo mismo que por  Madrid  o Lisboa. Hasta 1605 no renunció Cervantes a su pretensión cortesana, y sólo tras el éxito de su obra maestra pudo dedicarse a escribir. Pero murió pobre y su entierro en el monasterio de las Trinitarias Descalzas en Madrid fue de caridad, como hermano profeso de la Orden Tercera de San Francisco. En cuanto a la visión religiosa del personaje, que tantos autores han recalcado, Megías distingue su religiosidad más cristiana católica en sus últimas obras, como Persiles, y más libre  y humanista (¿erasmista?) en Don Quijote: actitud benevolente ante los moriscos -Cid Hamete aparece nada menos que como autor de Don Quijote-, prevalencia de las obras frente a los dichos, defensa ante todo de los pobres y desvalidos, ausencia de misas y actos religiosos… Pero, en cuanto a la ortodoxia, se mantendrá siempre dentro de ella, porque lo que quería era vivir y triunfar en este mundo en donde era fundamental esa ortodoxia.