Lodosa, la villa de los seis castros (I)

 

          Tras el ciclo Neolítico- Calcolítico-Edad del Bronce, desde el V milenio antes de Cristo hasta El Bronce tardío, un nuevo modelo socio-económico comienza a experimentarse, a partir de los siglos XII-X,  desde el sur de lo que un día se llamaría Francia, desplegándose por la Cerdaña, y llegando hata la Península, que por algo se llamará Ibérica, por los pasos naturales del Pirineo Centro-Oriental.  Bien es verdad que sin cambios bruscos, que sepamos, y con la dilatada duración habitual de tales fenómenos colectivos, siendo los poblados estables levantados en las cuencas Segre-Cinca los primeros modelos de esa nueva cultura. Desde el Bajo Aragón, el cambio llega al Valle del Ebro en Navarra, y llega hasta el interior de la actual Álava (La Hoya, Laguardia) y el Alto Valle del Duero. El riguroso estudio del yacimiento El Alto de la Cruz, en Cortes, nos ha servido del mejor ejemplo para conocer, a través de diversos poblados superpuestos, los cambios acaecidos  desde el siglo IX  anterior a nuestra Era.

Al visitar el singular y antiquísimo yacimiento de Los Cascajos en Los Arcos, hablé, siempre siguiendo a nuestro maestro Javier Armendáriz, de aquella cultura llamada  Campos de Hoyos (asentamientos de cabañas y chozas al aire libre) y de su relativa extensión por la zona de la actual Merindad de Estella y por el corredor en dirección a Pamplona. Las innovaciones y transformaciones que trae la nueva cultura, que tomará en nombre de Campos de Urnas irán asentándose en lo que hoy es Navarra en los primeros siglos del primer milenio antes de Cristo, época del Bronce final y comienzos de la Edad del Hierro (s. VIII, a. 725 a. C.). Limitándome ahora a la Ribera de Navarra, vemos durante estos siglos el abandono de numerosas  poblaciones que habitaban áreas interiores de la Ribera Baja -Bardenas- y Alta  para asentarse en las fértiles llanuras aluviales del Ebro, Arga, Aragón y Cidacos. Son poblados expansivos, compactos y fortificados comunitariamente con murallas, fosos, torres, y estacas de madera; en altura o en llano, pero siempre buscando la mejor posición defensiva, de control del territorio y hasta de visibilidad estética y prevalente; urbanizados mediante una calle central, con manzanas de casas de planta rectangular, sobre zócalo de piedra de yeso, arenisca o caliza, con aparejo de adobe y techo común de paja y ramas; con economía de base cerealista y carne de cabaña ganadera, y, en su caso, de frutos de regadío; con nuevos servicios cerámicos (vasoss manufacturados, ricamente decorados con motivos geométricos con técnicas de escisión e incisión); desarrollo de la metalurgia en adornos, armas y herramientas; uso del caballo, y cremación de cadáveres en necrópolis separadas de los poblados.

Conviene recordar, aunque sea tan someramente, todo esto, antes de visitar algunos de los yacimientos de Lodosa, todos en torno al río Ebro, villa que, tal vez a la par de Los Arcos, tiene la primacía de yacimientos y monumentos arqueológicos en Navarra.

Nos acercamos a la próspera villa fuvial, cuyo parque describí no hace mucho, en uno de los primeros días del año 2022, con un sol entrenubado y un frío moderado e incitador, por ese nuevo laberinto, esta vez seguro y claro, de carreteras, que rodean a dos de los castros montanos encima del casco histórico: El Abad y El Mochón. ¿Fue este último el primer oppidum o castro lodosano? Le disputan ese honor El Molino, El Encinillo y El Castillar-El Viso