Paseaba yo, ayer tarde, junto al pequeño río Sadar, espeso de vegetación primaveral en sus orillas, en un municipio compuesto cercano a Pamplona, que es el segundo en renta por cápita en toda Navarra.
La población del núcleo principal del municipio ha crecido mucho en estas últimas décadas y las variadas nuevas urbanizaciones se mezclan, en buena parte, con antiguas fábricas, almacenes y talleres, grandes y nuevas superficies, restaurantes y bares recientes, la nueva iglesia parroquial y edificios de instituciones económicas y sociales. Apartado a unos cientos de metros, está un apretado polígono industrial. El muy activo ayuntamiento ha sabido reservar grandes espacios a parques verdes y zonas recreativas, con un buen plantel de árboles ornamentales, entre los que sobresalen abedules, fresnos, acacias, arces, álamos, olmos y mostajos o serbales blancos.
Veía yo cerca de la nueva iglesia un venir y volver de carrritos de la compra y pensaba que iban y venían a/de la mayor superficie comercial del entorno. Pero no, al pasar cerca del edificio horizontal adjunto al templo, vi una especie de habitación-almacén, donde estaban recogidos en cajas individuales las raciones de pan, verduras, aceite, huevos, fruta…, que el Banco de Alimentos envía en bruto a las parroquias, donde un equipo de voluntarios de Cáritas reparte luego en lotes según las familias necesitadas en cada población. Las personas que traían y llevaban los carritos de la compra eran, en su gran mayoría, inmigrantes: madres jóvenes, parejas jóvenes con o sin niños, y una minoría que parecían españoles o europeos del Este.
En frente del almacén parroquial, a donde entraban y de donde salían los carritoss hay una hilada de chalés o villas, modestos y adosados, con sus pequeños jardines delanteros, y varios de ellos con la placa en sus muros de Securitas Direct. Dos señoras paseaban con un perrito en los brazos de una de ellas. No había más viandantes en la zona, a esa primera hora de la tarde. Los carros dejaron de pasar a eso de las seis.