El primer de abril nos ha salido nublado, a ratos nuboso y a ratos anubarrado. Y con un cierzo fresco, que ha rebajado la temperatura de los días anteriores.
Pasamos por medio del pueblo monumental de Enériz, hasta hace poco pueblo-carretera. Dicen que su primer dueño se llamaba Enero y que por eso se llama «el/lo de los de Enero», o enericanos. Nos desviamos por un camino próximo que pasa por debajo de la variante, y tras pasar entre campos de cereal y de anterior cosecha de colza, a kilómetro y medio de las últimas casas, damos en seguida con el castro llamado de La Nobla, espolón del monte Montemocho, o pelado, que parece un castro de exposición, castro modélico, como el de Murugain en Muruartederreta, con cuatro abancalamientos -los antiguos fosos-, especialmente visibles por el flanco norte,
Con una altura de 475-485 metros y 12.000 metros cuadrados, a 235 metros del río Robo, tuvo su origen en el Bronce Final o Hierro Antiguo, pero no perduró en tiempos de Roma. Su población debió de trasvasarse a terreno más llano, cerca del actual monumento al Sagrado Corazón, más cerca del pueblo actual. El cultivo secular de los terrenos, que prosigue hoy en día, acabó con sus posibles murallas y su entera estratigrafía.
Pasamos de nuevo por el centro del lugar, atravesado por el río Robo, ahora cubierto, y por el Camino de Santiago, con un original monumento en su honor, y tomamos el Camino del Monte, que sube hasta el Portillo del Monte, cerca de donde resiste la ventolera de los siglos la ermita de Santo Domingo, desde donde se bendicen cada año los campos. Un paisano que lleva en su camioneta restos vegetales a un pequeño vertedero de compostaje, nos dice que el monte hacia el que vamos se llama también Montemocho, y a su espalda, El Chaparral. Cuando llegamos a pie a la ermita, rachas de lluvia y viento intermitentes nos hacen refugiarnos en su espacio inferior abierto, que tiene un fogón y una sillas. La ermita, respaldada por una fila de cipreses, fue restaurada y bendecida en 1916; hoy una grieta en forma de S rasga su muro meridional. Desde aquí la visión del caserío de Enériz es perfecta. Ampliado sobre todo por el este y el oeste, ha hecho crecer el número de vecinos tras un reciente declive.
El lluviazo cesa pronto, pero al cierzo nos impide subir al próximo castro de Gazteluzar o Alto de los Fosos, ya en término de Añorbe, de 695-708 de altura y 6.000 metros cuadrados de superficie, alto vigía sobre los valles Valdizarbe y Valdorba, bien cubierto en sus laderas por encinas, robles, chaparros y hollagas. Fue habitado tal vez desde el Bronce Final, a lo largo del Hierro y en tiempos romanos. Así lo muestran muchos molinos de mano barquiformes y vasijas manufacturadas, celtíberas, sigillata y dolias. Su población debió de congregarse después en torno a la ermita actual de San Esteban. El Fuerte carlista del siglo XIX y el cultivo anterior del terreno no borraron del todo el doble foso visible encima del terraplén.
Volvemos por donde hemos venido, sin atrevernos a estrenar un camino por medio de las Nekeas que, según el paisano de las verduras, no merece confianza para un coche que no sea todoterreno. Pocas veces hemos visto en el cielo navarro tantas variaciones de cúmulos y nimbos, tantos colores en su combinación, como en este rato que nos cuesta llegarnos desde Enériz, por el laberinto de cuestas de Añorbe, uno de los pueblos más resbaladizos de Navarra, hasta el monte de San Martín, de 710 metros de altura, nombre también de la famosa ermita. Fue esta una de las sesenta autorizadas en 1585 y luego cabeza del quinto distrito de ermitaños de Navarra: Puente la Reina, Eunate, Tiebas, Biurrun… El proyecto de Víctor Eusa, financiado por una donación particular, le añadió en 1947 una escultura del Sagrado Corazón. La actual ermita se montó sobre el Fuerte fusilero que levantaron los carlistas en el siglo XIX.
Pero debajo de todo él hubo, siglos antes, en tiempos del Hierro Antiguo, Final y en tiempos romanos un castro o poblado protohistórico, cuyos bancales/fosos son evidentes, sobre todo en la parte septentrional, a pesar de la repoblación de pinos, que embelleció y sostuvo el monte pero acabó con lo que quedaba de historia. Pero mira por dónde la tala reciente de muchos de los pinos más altos, seguramente que por dañados, ha dejado la cumbre un poco mocha, lo que ha disgustado a muchos vecinos. Las flores primaverales que identifiqué el otro día en el vecino Puente La Reina florecen también aquí, pero hoy están mustias, oclusas y tiritantes con esta tarde irregular que les ha tocado
Desde 2015 un panel municipal muy completo resume la historia del castro, del Fuerte y de la ermita, y tres grandes tableros de vistas panorámicas hacen las delicias de los visitantes y de los curiosos de los cuatro puntos cardinales, cuando el cierzo lo permite y la borrasca inminente no lo impide, como hoy. También hay bancos suficientes para sentarse en todo el espacio. Un día me tocó describir Añorbe y todos los años recorro este trozo de las Nekeas, el más rico en viñedos, olivares y campos de cereal. No es cuestión de demorarme en eso. Qué lenta avanza, sobre y bajo la tierra, la sierpe azuloscura del Canal de Navarra hacia la balsa de Artajona…
Terminamos la tarde sacando fotos en un cerezal o cereceda, al pie del monte San Martín, y sobre todo contemplando, ya libres de rachas de viento y lluvia, la pulcritud, la novedad, la belleza de la flor del cerezo.